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LAS COTORRAS


¿Han escuchado ustedes alguna vez a las cotorras hablar? No, no me refiero a los pájaros, familia de los loros, sino a las típicas que no paran de hablar y hablar y hablar y hablar… Y no, no se confundan; no se trata tampoco, de simples y meras cotillas. Quiero decir COTORRAS, así con mayúsculas. De ésas de lengua contundentemente entrenada, a fuerza de encadenar palabras y frases de forma infinita, sin dejar que nadie pueda dialogar con ellas, porque prefieren dilapidar a sus víctimas con su tenaz verborrea.

Fíjense que hablo de ellas en femenino y no en masculino; no sólo porque nuestro querido idioma no admite más que ese género para esta palabra, sino por la exorbitada cantidad de imágenes de dos mujeres, que tengo como clientas en mi bar, y que plagan mi cabeza. Y es que es pensar en cotorras y no puedo espantarlas, ni exorcizarlas, que sería mejor en este caso, sin lugar a dudas. Pero ya me dirán ustedes cómo me las ingenio, con los tiempos que corren, para encontrar a un cura que pueda llevar a cabo tal labor y exterminar la arrolladora presencia verbal de tales féminas, sobre mis pensamientos, de manera perenne y acalle, ya de paso, su insoportable eco. Ése que cansa hasta la saciedad, de repetir cada absurdo que salió con anterioridad de las dos incansables gargantas.

No sé si podrían acusarme las Protectoras de Animales por maltrato, pero de verdad que me encantaría que esas dos cotorras en concreto, se extinguieran y dejasen de atormentar mis pobres oídos con tan infumables soliloquios. Bastante duro resulta aguantar un mínimo de siete u ocho horas de pie, sin parar, todos los días para encima tener que hacerlo con el continuo ronroneo y repiqueteo de sus voces rebotando por todo el local y sobre todo en el interior de mi cabeza.

Y es que, no son éstas unas cotorras al uso; no. Tienen ambas una llamativa tendencia a hacerse notar, no con su tremenda presencia (a la vista de su voluminoso cuerpo), sino a través del altavoz que debieron de tragarse al nacer o quizá durante alguna feria rural en que un novio o amante ingenioso, para robarles un beso, recurrió a ese aparato para conseguir su objetivo carnal. Evidentemente erró en su cálculo. En lo del beso ignoro si tuvo o no igual suerte y como ustedes entenderán, no es algo de lo que pedir cuentas a tan singulares mujeres.
(…)
Señores, señoras, niños, niñas... Me avergüenza admitirlo pero soy culpable de asesinato, al menos de pensamiento. Mea culpa. Si así lo desean ustedes, haré acto de contrición y penitencia por tan letal pecado. Soy culpable sí; de pensamiento sí, porque la idea que se perfiló de forma borrosa en un inicio, ahora va cobrando cada vez más y más peso y abarca con saña cada momento de mi existencia. Es obsesivo. Se trata de un pensamiento malintencionado sí, pero no puedo evitarlo. Del pecado de palabra se encargan ellas, está claro. Y del de obra, tampoco soy yo el culpable, no al menos por el momento; así que imploro un poco de indulgencia de aquel que escuche mi historia. Es cierto que me recreo pensando en mil posibles formas para darles muerte, pero se trata sólo de ideas… En particular me agrada muy mucho una que se me ocurrió hace unos días. Consiste en atarlas a una silla y sujetar sus ojos con pinzas especiales para mantenerlos abiertos, ya amordazas previamente, evitando de ese modo sus protestas. Eso sería el precalentamiento. Mi verdadero deseo es el de someterlas, de esa guisa, a interminables sesiones de antiguos Festivales de Eurovisión (todas las emisiones celebradas hasta el momento) o a una maratón, sin descansos, con los aburridos Debates de la Nación.

Creo que mi criterio para elegir la mejor forma para llevar a cabo mi venganza, queda patente… Pretendo pagarles con la misma moneda. No veo el momento de aplicar la tan vituperada Ley del Talión que rezaba: “Ojo por ojo, diente por diente y mano por mano”.

¡Uf!... Les dejo. Vienen mis dos clientas “favoritas”. Quizá hoy tenga suerte y pueda impartir mi propia justicia sobre las dos arrabaleras.

(Copiando a pequeña escala al gran Francisco de Quevedo)

Comentarios

  1. Anónimo8/6/08 15:41

    Muy divertido y acertado
    Genial.

    MO CHAN

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  2. Hablo en realidad de dos usuarias más o menos habituales del sitio donde trabajo. Creo que he exagerado un poco, pero es que realmente lo que intentaba era eso: que el conjunto fuese una gran hipérbole. Imitando a pequeña escala al inimitable Francisco De Quevedo. Gracias Moni por visitarme y estar siempre ahí al otro lado apoyándome.

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