Ir al contenido principal

Una historia normal y corriente


Frase de Sharon: "Ella tiene la piel del color de la tierra"


Ella tiene la piel del color de la tierra, pensó para sí con regocijo, mientras ensamblaba las piezas del complicado galimatías que tenía entre manos.


Adoraba su trabajo. Nunca resultaba monótono. Muy al contrario, si algo lo caracterizaba era la vertiginosidad de sus cambios. En menos que dura un pestañeo podía cambiar de tarea, aun estando todas relacionadas como las fichas de un gran puzle.

Suspiró. Aquella tarde el taller estaba especialmente lleno de vida. Era un continuo ir y venir de gente que trasegaba de lado a lado entre baldas y mesas, o bien de proveedores que descargaban sus mercancías en ruidosa procesión, ignorando por completo a los que, como Ismael, trabajaban afanosamente en dar forma a ese revoltijo de ruedas, esferas, superficies cristalinas y engranajes de todos los tamaños y colores.


Encogió los hombros agotado. Llevaba allí años y no recordaba en todos ellos haberse equivocado tantas veces en un mismo día. Cerró los ojos y por una breve fracción de segundo, una chica apareció en su mente. Alguien tocó su hombro izquierdo y al hacerlo ahuyentó esa maravillosa ensoñación que apenas había irrumpido como un pequeño esbozo en su cabeza. Se giró.
—¿Qué te pasa?, ¿Estás bien? Te noto distraído—era Enrique, su compañero y amigo.
—No es nada. Estoy... cansado—mintió.
—Será el calor. A todos nos afecta. Este pabellón es húmedo en invierno y un horno en verano. ¿Quieres que paremos un rato?
—Sí. Creo que es buena idea—asintió posando delicadamente en el cajón superior de su mesa de trabajo, todo lo que tenía esparcido sobre ella.


Caminaron hacia la puerta de salida, tomando el camino de la cafetería en la planta principal (dos pisos más arriba). Ismael se negó a coger el ascensor. Necesitaba andar y apegarse a la realidad, aunque fuera entre cuatro tristes e impersonales paredes. A su lado Enrique contaba chistes que él ni tan siquiera llegaba a escuchar. Avanzaron peldaño a peldaño hasta llegar al punto de reunión, sin que el aire acondicionado que estaba a pleno rendimiento en aquella zona del edificio, consiguiera refrescar su cuerpo, su mente, ni su corazón. Allí estaba de nuevo amenazando con salir a la superficie y saltar desde los límites de su pensamiento hasta el rubor de sus mejillas, desenmascarando la verdad de sus enojosos sentimientos.


Enrique parlanchín, alegre, generoso y espontáneo permanecía ajeno a la debacle interna de Ismael y solícito pidió lo de siempre: café cortado para él y un té para su amigo.

Entre tanto Ismael, el pequeño hombrecito que le acompañaba en la vida desde los quince años (desde aquella noche de San Juan en que una pelea les unió para siempre puñetazo arriba, puñetazo abajo) sentía morirse por dentro en una placentera agonía. Al cobijo de la estela borrosa de aquellos ojos color aceituna y de aquella boca afrutada que enterraba, como un tesoro, la voz de ella hecha música. Así veía él a Paula, que con su frescura, mojaba su corazón en una peculiar lluvia de rocío y que simultáneamente con la timidez de la que impregnaba cada uno de sus gestos, palabras y sonrisas, bañaba con un fuego insoportable el interior de su maltrecha alma ya perdida ineludiblemente a merced de aquellos ojos y de aquella piel que habían resquebrajado el más mínimo indicio de amor propio que pudiera hallarse escondido, en su indefensa figura de hombre mortalmente enamorado. Unas punzadas provocadas por invisibles agujas atacaban cada célula de su cuerpo. Sentía que le usurpaban el aire. También el apetito se apartaba de su lado, esquivando su compañía, tal y como le venía sucediendo desde hacía un par de semanas, pero con mayor intensidad los dos últimos días.


Las bromas de Enrique le devolvieron a la realidad. A esa paz que sólo traen la rutina y el bullicio alegre de la gente conversando.
—Sigues distraído. A ti te pasa algo. ¿Es por esa chica, verdad?
—Sí—declaró desmoronando todas sus defensas.
—No sé qué tendrá que cuando irrumpe en nuestra vida todo lo desbarata y lo desarticula. El amor, nos convierte en marionetas suspendidas de un hilo pero sin telón que nos respalde y cubra nuestras vergüenzas. Bajo nosotros sólo se dibuja el abismo. Te recomendaría que trataras de olvidarla, pero para empezar no me has pedido aún opinión al respecto y para terminar el amor es lo mejor y lo peor que nos puede suceder en la vida. Conque sólo puedo acompañarte en el camino que tomes. La decisión será sólo tuya. ¿Qué vas a hacer?
—No lo sé. Sé su nombre, pero no tengo su teléfono.
—Imposible. No me lo creo. ¿No pasó nada con ella el otro día?
—No me avergüenza decirte que no. Es más me siento orgulloso de poder contártelo. Nos limitamos a hablar, a reírnos y a mirarnos. Tuve la sensación de haberla conocido desde siempre, aunque hasta entonces no la había sentido tan cercana… Luego, cuando se hizo tarde, yo la acompañé a coger un taxi. Me ofrecí a llevarla en coche, pero no quiso que lo hiciera. Dijo que no quería ocasionarme ninguna molestia. Y allí me quedé con la lengua anudada, incapaz de pedirle por cuarta vez que se quedara. Me queda el consuelo de saber que ni ella ni yo estábamos borrachos. Así que todo lo que le dije era verdad (no creo en esa absurda teoría que dice que sólo los borrachos y los niños dicen la verdad). Le di mi número de teléfono, y prometió que me llamaría pero…
—Date tiempo. Sólo han pasado tres días de esa “no cita” aunque la conoces desde hace algo más y por mucho que en las revistas del corazón, que lee mi hermana, ponga que lo ideal es llamar al tercer día… siempre hay excepciones. Con esto no quiero alentar tu desazón. Sólo te digo que esperes…
—Tienes razón. No es de las que leen ese tipo de cosas, aunque sé que la encanta leer según me dijo. Así que igual no ha telefoneado aún, porque está fuera de esos esquemas. Parece ajena a todo lo mundano, y sin embargo muy centrada y muy cabal. Frágil y fuerte en una mezcla imposible y armónica. Risueña y sensible. Tímida y descarada a partes iguales. En una palabra: distinta.
—Lo que está claro es que te tiene atontado. Sois amigos. Por muy tímida que sea y aunque no albergue hacia ti los mismos sentimientos que tú hacia ella, creo que deberías intentar verte con ella más a menudo, para conoceros mejor aunque sea con ese amigo que tenéis en común, de por medio. Por cierto, ¿no sientes celos de la complicidad que hay entre ellos? Yo no sé si sería tan tolerante como tú. Parecen muy compenetrados. Y perdona… ya sé que me estoy metiendo en lo que no me importa… ¿Vamos bajando?, es casi la hora.
—Sí.
—Sí, ¿qué?
—Que es mejor que vayamos bajando—simultáneamente se incorpora y hace un gesto con la cabeza a su amigo, indicándole las escaleras—si no Anselmo se va a poner como un basilisco y que sí he sentido alguna vez algo parecido a los celos, porque me gustaría disfrutar de su compañía enteramente para mí solo. Pero, no me preocupa ya. Javi es un tío cojonudo. Y no son más que eso… amigos. Cualquiera que les conozca un poco y sepa de la trayectoria de su amistad a lo largo de los años que hace que se conocen, te dirá lo mismo que yo.
—Bueno, menos mal. Me alegra ver que no tienes moscones a su alrededor con los que combatir. Eso te facilitará las cosas.
— ¿Tú crees? A veces parece tremendamente glacial conmigo y eso que puede ser la persona más divertida, dulce y sensible que conozco.
— ¿Ves? Eso es bueno. No, no me mires así. Te explico: los grandes tímidos ocultan su “defecto” tras actitudes que no tienen nada que ver con su verdadera forma de ser, para evitar sentirse tan vulnerables a ojos de los demás. ¿Entiendes? Es como una especie de escudo para protegerse del mundo y su arrogancia, del mundo y su seguridad. Ésa que tanto ansían. Suelen ser extremadamente cautos y reservados con la gente y les cuesta tener confianza en alguien para mostrarse tal y como son, pero te aseguro que pueden ser los amigos más leales que puedas encontrar, porque cuando rompen esa barrera se dan al cien por cien y porque suelen tener un grado de exigencia consigo mismos que rara vez se encuentra en otras personas.
— ¿Eres psicólogo o qué?
—No. Es que leo mucho. Soy un hombre letrado, ya sabes. —alardea orgulloso.
—Sí ya me imagino, ya. Un hombre letrado e ilustrado, como lo era tu abuelo, con esas maravillosas revistas que sueles guardar en tus cajones ¿me equivoco?


Los dos ríen hasta las lágrimas, al recordar las revistas que han encontrado hace no mucho en el dormitorio del abuelo de Enrique (fallecido recientemente y que ha vivido en su casa durante los últimos ocho o nueve años) mientras se enfundan de nuevo las gafas especiales y cogen los guantes. Anselmo el supervisor, enojado, les mira de reojo desde el otro lado del pabellón 2 A mientras firma el albarán que le entrega uno de los proveedores suizos con su mano derecha y comprueba, con el ojo que le queda libre, que la entrega ha sido correcta. Es raro que esa empresa entregue material defectuoso o que se retrase en los pedidos, pero nunca está de más comprobarlo todo, por si acaso. Ismael y Enrique cincuenta metros más allá, se centran en su tarea, espalda con espalda.
Durante aproximadamente tres horas y media más, ambos permanecen concentrados en su quehacer, hasta que el reloj con su sirena indica el final de la jornada. Mañana será otro día. Para Ismael esa sensación resulta totalmente nueva. Jamás se le había hecho tan pesado su trabajo. Está deseando llegar a casa y sacar a Sandocán al parque contiguo a su edificio. Bastará con pisar la calle para quitarse esa pegajosa tristeza que lleva campando a sus anchas todo el día en su ánimo roto.


En el vestuario apenas intercambia unas palabras con ninguno de sus compañeros, sumido como está en sus propias cavilaciones. Ya en el exterior la bocanada de aire fresco que azota su cuerpo le hace revivir por unos momentos. Se abriga. Esa noche no le apetece estar con nadie. Necesita aislarse. Por eso rechaza la tentación de ir con Enrique y el resto a ver el partido que comienza en media hora. Le miran entre extrañados y decepcionados, pero ante los gestos de Enrique no insisten demasiado. La despedida es breve. Al día siguiente volverán a verse.

(***)

Paula se nota cansada, pero el frescor de la noche se agradece y prefiere ir caminando aun a riesgo de llegar empapada a casa. No hace el recorrido habitual y acaba en la plaza que suele evitar a toda costa tantas otras veces. Sus ojos, presa de su estado general, comienzan a soltar pequeñas lágrimas. No hay nadie que la vea y, por tanto, no hay necesidad de disimular su llanto. Ni nadie que la frene en su desahogo. No es especialmente llorona, pero sí sensible. Piensa en confesar sus penas entonces, y elije como amigo de secretos un pequeño banco bajo un tilo. Desde el primer instante se siente como en casa, arropada entre conocidos. El banco cumple su papel y escucha paciente. No emite quejido alguno ni la avasalla con preguntas.

(***)

Ismael llega a casa. Entra por la puerta trasera del portal. Sube arrastrando pesadamente los pies hasta el rellano del cuarto piso. Al abrir la puerta Sandocán le recibe a lametazos. Coge la correa, un par de bolsas y varios pañuelos de papel y hombre y perro descienden. Sandocán trota impaciente, por lo que llega abajo mucho antes. Cuando sus pasos le llevan a allí, encuentra a un Sandocán pletórico. Justo lo contrario que él: la imagen de su cabeza cada vez es más nítida. En ella Paula se adhiere a cada idea que surge de su mente y consigue que cada nuevo suspiro y cada nueva reflexión vengan provocados única y exclusivamente por ella, por esa mezquina indiferencia de que hace gala los escasos momentos que han pasado a solas desde que se conocen. Una y mil preguntas irrumpen en su pensamiento de forma intermitente: “¿qué estará haciendo ahora?”, “¿me llamará?”, “¿debería hablar con Javi que es quien mejor la conoce y pedirle su teléfono?” Abre la puerta de la calle y Sandocán escapa precipitado y comienza a corretear por el jardín, espantando a su paso, palomas que contra todo pronóstico, trasnochan a esas horas.

(***)

Paula sonríe. Adora los perros. Ese pastor alemán es realmente bonito, nervioso, activo… Por el derroche de energía podría ser un cachorro, pero sus rasgos son propios de un perro de unos cuatro o cinco años, lleno de una contagiosa vitalidad.

No hace falta que ella se aproxime. Él lo hace por los dos, a cuatro patas y con alegres ladridos. “Ésta sí que es una declaración” (ríe para sí). Acerca sus manos para acariciarle. Él se deja hacer.

(***)

Ismael, en el otro extremo del parque, observa la escena no sin envidia. A veces desearía ser perro para recibir caricias y halagos, miradas tiernas… Se va acercando a la chica. No quiere que Sandocán la importune. Seguro que está esperando a alguien. A medida que avanza una insólita idea se apodera de él. —¡Parece Paula!—pronuncia a media voz. Ya apenas a treinta metros de ellos, el mundo se le viene encima. Es ella.

Sandocán le ve y corre a su encuentro, dejando a su amiga y a aquel banco en mutua compañía, como antes, para empezar a revolotear en torno a Ismael. Éste no quiere ser descortés y a pesar de verse mudo de repente y privado de sus cinco sentidos, se acerca y suelta un trémulo “hola”, apenas audible, que tiembla en su boca.

Los ojos de Paula sonríen agradecidos, aunque no logra disimular su azoramiento y el rojo acude a sus mejillas. Ismael no se percata. Finalmente tras unos momentos de indecisión y aunque se siente mareado, como si sus pies sólo los sostuviera el aire, se sienta a su lado. Atraído por esos ojos verdes de gata montosa que parecen más hermosos al abrigo del fuego interior que crece como la hiedra. Hablan y ríen mientras miran complacidos al revoltoso Sandocán. Comparten sus miedos e inician un viaje conjunto por el vértigo que genera estar enamorado.

Comentarios

  1. Ains... jo, qué bonito.
    Este Sandocán... qué bien hace al acercarse a ella, bonito nombre para un pastor alemán.
    En fin, que muy bonito, que pena que luego muchas historias de amor terminen... ains, yo a lo mío... ya ves.
    Un besote.

    ResponderEliminar
  2. que bonitaaaaaaaaaa!!! por dios, que estrés!! yo queria que se le declarase ya!!!! na mas empezar la historia XD pero asi mejor, guardando la intriga hasta el final, oye una duda con la que me voy... en que trabajaba Ismael? es una tontá pero no lo pone por ningun lao!
    bessos!!!

    ResponderEliminar
  3. Hola Sechat, que bonito!!!! y dulce, además que me ha gustado como colocas las acciones de ambos en especie de paralelo. ¿Quién no ha pasado por lágrimas de amor? o por ese cosquilleo de sentirse enamorado, creo que todos hemos rondado esa calle, en algún momento de la vida, unos repetimos, otros esquivamos, y otros decidimos quedarnos para siempre allí.
    En fin, dulce y tierno, y con perrito de por medio. (Si te gustan los perritos entre historias de amor, te recomiendo una peli Argentina, No sos vos, soy yo)
    Un saludo, grandoteee, desde el otro lado del charco :)

    ResponderEliminar
  4. Gracias por leerlo hasta el final, lo cual ya es todo un logro, dada la extensión del relato. Os agradezco enormemente que lo hayais hecho, pero mucho más que hayais dado vuestro parecer sobre lo que os ha transmitido. Wannea preguntas que en qué trabajaba Ismael: en una cadena de montaje de relojes o en lo que te parezca. Tampoco quise desvelar eso, para que la imaginación de cada uno lo recoloque donde más le guste. Os leo. Un saludo.

    ResponderEliminar
  5. Aproximándome al final, ya en la escena del Parque, me recordó a los 101 dálmatas. Pero llevado más por Sandocán que por la historia en sí, ya que ambas son diferentes.

    Pienso que sabes ocultar hasta que es posible el desenlace, dando lugar al inesperado final, y la presencia en todo momento de lo invisible, de ese corazón que le mantiene a él como en otro mundo diferente pero conservando en todo momento su presencia en este. Tal vez ello, el continuar con su vida fuera lo que provocó el posterior encuentro.

    Eso y el sexto sentido de los animales :)

    Un abrazo

    ResponderEliminar
  6. Anónimo2/7/08 12:02

    ¡Qué tierna y dulce! Qué bien descritos los sentimientos y el hormigueo.
    Mariposas en la tripita.
    Sigue alargando poco a poco tus historias, merecen la pena.
    Mo-Chan

    ResponderEliminar
  7. aisss las coincidencias... que bonitas!! y más si dan para cuentos como estos, tan bien escritos.
    ese par de amigos son unos filosofos en ciernes y Paula todo lo enigmática que debe ser.
    Me han encantado los diálogos y la forma en la que esta escrito... y es que escribes muy bien, eso no es ningún secreto.

    En resumen: buena historia. Para mí, mucho mejor en los pequeños ( y deliciosos) detalles que en la historia que cuenta, por supuesto sin desmerecer ^^

    muchísimos besos y felicidades preciosa :)

    ResponderEliminar
  8. Gracias nuevamente a todos los que habéis dejado caer por mi historia y habéis plasmado vuestros pensamientos y sensaciones. Un saludo.

    ResponderEliminar
  9. ¡Qué bonita! ¡Ojalá todas las historias que empiezan como esta acabasen así en la vida real! ;-))

    ¡Ha sido un gusto leerte!

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Este rincón es para quien quiera acercarse a mis sueños y adentrarse en ellos, dando su parecer sobre la magia que desprenden o lo que tienen de pesadilla. También es un espacio para la lectura y las reseñas.

Tu opinión me importa, así que cuéntame, por favor, qué te han hecho sentir mis escritos o qué te han parecido mis reseñas. Tus comentarios son bien recibidos.

Sea como sea, no tengas miedo, pues no haré un uso indebido de tus datos cuando comentes. Ya que, por estar aquí, cuentas con todo mi respeto y agradecimiento, y la LOPD lo secunda.

Puedes obtener más información sobre la Política de Privacidad de mi blog, en este enlace: "AVISO LEGAL" .
¡Bienvenido, cazador de nubes!