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EL DÍA D


En esta ocasión el relato se inicia con la primera de las frases que apareció en El cuentacuentos. El resultado para mí, ha sido éste (Frase del 21 de noviembre del 2005).



Foto de www.123rf.com


Hacía frío aquella mañana. Hasta el punto de sentir su ánimo también congelado. Se había despertado mucho antes del alba (casi con certeza no había dormido más de dos horas en total), pero había permanecido en la cama, esperando lo imposible: que el sueño se reconciliara con su cuerpo, tras días de ausencia.


Al levantarse procedió como lo hacía siempre, aunque sólo él sabía que nada era lo que aparentaba en esa mañana otoñal. Repasó mentalmente una y mil veces su plan, por si hallaba algún fallo que diera al traste con todo. Una vez más cedió: no había cabos sueltos y todo saldría bien. Lo cierto era que el plan se llevaba perfilando desde hacía meses y aunque sencillo, estaba perfectamente trazado y estudiado. La propia sencillez de la idea era signo inequívoco de su garantía de buen término. De su eficacia. Nada podía fallar.


¿Entonces a qué tantas dudas?, ¿tantas vueltas a posibles inconvenientes?, ¿tantos peros? Sólo había una explicación: confiaba en todo y en todos, pero no en sí mismo. Esa misma inseguridad que formó parte de toda su infancia, en su consabida problemática personalidad infantil y juvenil, regresaba a su lado con la firme decisión de no abandonarle a su suerte… De no dejarle jamás. Él era el garbanzo podrido en toda aquella urdimbre del secuestro.


Cuando en aquel bar del puerto le propusieron participar de ello, quiso responder que no, que él hacía mucho que no se dedicaba a eso y que hacía vida normal en aquel pueblo de pescadores; pero las palabras no acudieron a su boca para defenderle. Por eso sus interlocutores interpretaron su silencio como un sí y un profesional interés por conocer los pormenores del rapto.


Decidieron quedar a la mañana siguiente en el puente viejo del pueblo, equipados con aparejos de pesca, para no levantar sospechas. Cita a la que él acudió, como también lo hizo a las otras veinte siguientes que se habían celebrado en todos esos meses precedentes al “Día D”. Cada víspera de un nuevo encuentro, la había pasado tratando de convencerse a sí mismo, de que ésa sería la última reunión a la que acudiría y que sería capaz de hacer frente a sus “socios” con sus argumentos, para que le excluyesen de aquello. Sin embargo, cada nueva entrevista sólo sirvió para reforzar más la idea de que sin él no había nada que hacer. Por supuesto, no creyeron que hablara en serio cuando decía que quería abandonar. Pensaron siempre que hablaba así, movido por el deseo de subir el precio de sus servicios y negociaron con él, siendo ellos los únicos que sopesaban cantidades en aquella singular subasta.


Miró el reloj, faltaban exactamente cuarenta y siete minutos. Sobre la mesa tenía todo: pistola, guantes, llaves de los dos coches, mochila, visera, bigote y barba postizos, peluca, careta, gafas de sol, chaleco antibalas, chaleco anti reflectante, dos teléfonos móviles con sendas tarjetas prepago aún por estrenar…


Aguardó paciente a la señal que daba comienzo a todo… treinta y cinco… treinta… veinte… diecinueve minutos… Desvió la mirada por un instante al teléfono y quiso que su mano comprendiera aquel furtivo vistazo, pero no hubo coordinación. Su mano permaneció impasible, no hizo ni el más leve movimiento por marcar el número de la policía, poniendo fin a todo aquello con un aviso. Quince minutos… doce… Su frente, perlada por el sudor de los nervios, era el vivo reflejo del miedo. Diez… Agotaba su tiempo e hizo lo que se esperaba de él: comenzó a recoger todo lo de la mesa, con especial cuidado. Ocho minutos… siete… Alguien llama a la puerta. Trata de no alterarse, pero el pulso le tiembla y la pistola golpea el suelo. Fuera el timbre suena con mayor insistencia. Gritan su nombre y le dicen que salga con las manos en alto. No sabe qué pasa. Entran por la fuerza. Le empujan y le arrinconan. La sonrisa burlona de uno de los policías, le revela la verdad. Le han delatado. De repente sonríe: el plan ha sido abortado. La carcajada que brota de su garganta, pilla a los efectivos de la policía de improviso y le toman por un demente. Le esposan y le llevan a comisaría.


Se niega a recibir ayuda de ningún abogado durante su declaración. Sólo sonríe. Cada pregunta la responde con una firme y sincera mueca de alegría sin un ápice de rencor. Le encarcelan bajo la acusación de tenencia ilícita de armas e inducción al secuestro, pertenencia a banda armada y robo de vehículos. Una vez en su celda, se posa sobre el catre y suspira aliviado. Se gira sobre sí mismo y dando la espalda a la puerta, cierra los ojos cansados y duerme… con sus labios dibujando una agradecida sonrisa.

Comentarios

  1. Hola Sechat. No es este un comentario para publicar, mas bien porque no lo hay :s Es que he tenido dificultades para dejartelo y ahora que creo que Google va (error mío de no haber salvado al menos una vez) no lo tengo y son mas de las 3. Mañana espero vaya todo bien. Me ha traido muchos buenos recuerdos leer de nuevo aquella frase.Escribes muy bien y con gran vocabulario.
    Y estabas en lo cierto,escribí sobre una leyenda.Será lo mas seguro la última entrada del blog porque preparo una mudanza.Pero so seguiré leyendo y comentando.
    Un abrazo

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  2. Ojalá la policía hubiera hecho por profundizar en aquella sonrisa, hubiera entendido muchas cosas.Un relato con,para mi,gran contenido social,que en forma de cuento nos adentra en sensaciones muy humanas.
    Una bella historia.
    Bueno comento desde el curro (escaqueándome un ratín)por si la conexión me da luego problemas.Que vaya horas anoche! :)
    El caso es que ya tenía hasta el enlace al nuevo blog, pero sabes? Le he cogido cariño a esa ciudad de nombre ninive de la que en la actualidad no quedan mas que cuatro pedruscos.
    Un abrazo

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  3. Gracias por leer y por dejar tu huella comentada. ¡Ánimo con la mudanza! A mí particularmente en tu lugar, también me daría pena. Cuando me adentro en tu mundo es como sentirme entre amigos o en casa. SUERTE

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