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EL ASESINO FILÓSOFO


"Uno puede enloquecer a fuerza de hacerse una y otra vez preguntas que no tienen respuesta." (Frase de Sechat)


(Para mis amigos Raquel y Enrique. Espero que os guste ya que me ha costado horrores, pero bueno hasta que encuentre mi propio estilo... voy probando de todo un poco. ¿Quién sabe igual me gusta y me dedico a la novela negra de por vida? ji,ji)



Uno puede enloquecer a fuerza de hacerse una y otra vez preguntas que no tienen respuesta. Ésas eran las palabras que la chica había querido preservar en su puño tras su muerte. Las había amarrado con fuerza, como queriendo protegerlas de la maldad de un mundo que se reconstruye a sí mismo, día a día, a expensas de personas vulgares y corrientes que tienen mucho que decir, tal vez más que muchos grandes personajes a los que se da una importancia que quizá no sea tan merecida.—¿Al fin y al cabo qué había hecho esa pobre chica para terminar así sus días?, ¿qué terrible secreto se adhería a sus dedos en aquella hoja de papel que no quiso soltar en sus últimos momentos?, ¿La había escrito ella o esas palabras eran de su asesino?— el comisario Fernández tenía más preguntas de las que quisiera. Ignorando así la advertencia de aquella desafortunada joven: “uno puede enloquecer a fuerza de hacerse una y otra vez preguntas que no tienen respuesta.”

Acordonaron la zona con cinta policial y en cuestión de minutos el lugar se llenó de miradas profesionales que observaban con detalle cada rincón de la escena, intentando obtener pruebas incriminatorias para dar con el móvil, el arma homicida y sobre todo con el artífice de aquella barbarie.


—Mujer de raza blanca de entre veinte y veinticinco años de edad. Morena, de 1,70m de altura y 56kg de peso—recitaba alguno de los agentes del departamento a su grabadora, mientras otro a su lado tomaba nota de todo ello en su agenda.


El informe del laboratorio identificando a la chica no tardaría en llegar. Entre tanto el comisario hablaba con sus policías y con los forenses intentando recabar la información más exacta posible para cuando llegara el momento de dar la terrible noticia a la familia. Por supuesto, había parte de las pesquisas que no podría facilitarles incluso una vez realizada la autopsia, pero siempre le gustaba estar debidamente prevenido de todos los pormenores, para enfrentarse a lo peor de su trabajo: tener que decir a los familiares que han matado a uno de los suyos. Como padre, se ponía en su lugar y sabía que a pesar del dolor siempre surgen preguntas que uno debe formular en voz alta por mucho que la respuesta duela, precisamente para evitar la locura de la que hablaba la nota de papel cuadriculado que tenía la chica en su mano derecha. ”Para unos familiares siempre es mejor saber que el suponer” (fue una de las enseñanzas que el antiguo comisario le dejó y en eso invariablemente tenía razón).


El agente Martínez fue quien le trajo los resultados—la chica responde… perdón, respondía, al nombre de Sonia Millán Hidalgo. Era estudiante de biología en 2º curso. Según parece sus padres tienen una carnicería no muy lejos de aquí. ¿Quiere que me acerque yo y les comunique la noticia, señor?
—No, gracias Martínez. No es necesario. Deme la dirección e iré yo personalmente. La experiencia me dice, y espero que no se ofenda por esto que le digo, que las familias siempre agradecen que sea un inspector o un comisario quien les dé la noticia. Eso sí tendrá que acercarme usted hasta allí, por favor, si es tan amable.
—Por supuesto, señor comisario.
—¡Menos formalismos Martínez y deme un cigarro, cojones! Mi mujer me mataría si se enterase, pero de verdad que en ciertos momentos no puedo evitar la ansiedad. ¿Y a qué espera? —le da un cariñoso cachete en la nuca—. No se quede ahí parado. Tenemos unos padres a los que dar la peor de las noticias—termina el comisario—. Es un buen chico, joven e inteligente y con grandes aptitudes. Lástima que su amabilidad le convierta en blanco fácil de las burlas de sus compañeros. Si no fuera tan buena persona, sin duda podría llegar a ser uno de los mejores policías que ha dado este país. ¡Hay que joderse que a veces para ser bueno haya que ser malo!—reflexiona el comisario.


La ciudad está impracticable, como cada viernes en vísperas de puente. Atascos, coches en doble fila con y sin conductor, moteros haciéndose hueco entre vehículos allí donde no lo hay para llegar un poco antes a su destino, obras en alguna de las calles más comerciales para peatonalizarlas y por tanto con recorridos alternativos para llegar a lugares a los que en otras circunstancias se llegaría en cinco o diez minutos. —Un auténtico calvario para los compañeros del departamento de tráfico— pensaba Rafael Fernández en el interior de aquel coche patrulla.


Finalmente llegaron a la carnicería. No era conveniente darles la fatídica noticia ante los clientes, y decidieron aparcar el coche un par de calles más abajo e ir a tomar algo a la pequeña cafetería que había en la acera opuesta a la del negocio de la familia de la víctima. Eligieron una mesa junto a la ventana, desde la cual podían ver perfectamente todo lo que sucedía al otro lado (resultaba curioso pensar la facilidad con que uno se enfrenta a la muerte ajena y como es capaz de relegarla a un segundo plano mientras toma algo o hace un descanso en su trabajo). Pidieron un café cortado, para su segundo, y un refresco de té verde para él. Discutieron sobre quién pagaría y decidieron echarlo a suertes. Salió cara, así que Fernández invitó a su subalterno (pocos sabían que aquella moneda tenía dos caras).
—¿En qué piensa Martínez? No me diga usted que no le gusta el café, por favor.
—No, no señor. Sólo pensaba en esa pobre chica… Sonia... y en los padres cuando se enteren de la noticia. ¿No deberíamos comunicárselo, antes de que se enteren por la prensa?
—De verdad, Martínez, me sorprende. ¿Cree que una noticia de ésas se puede dar así como así a la familia delante de los clientes de toda la vida de su negocio familiar? Bastante doloroso va a ser para ellos, como para encima no respetar su derecho a llorarlo en la intimidad, ¿no lo cree usted? Además no sabemos quién ha podido ser el autor, y por tanto, mejor cuanto más tiempo ocultemos a la opinión pública el asunto.
—Sí, bueno señor, pero la prensa…
—Por la prensa esté usted tranquilo, hombre, que ya me he encargado yo de ellos. Tengo amigos en las principales agencias de noticias de España y le aseguro que nunca me han fallado, ni yo a ellos. Si les digo que en tres horas tendrán los detalles para escribir la noticia y venderla a la radio, la televisión o al periódico que deseen, siempre cumplo mi palabra. ¡Parece usted tonto a veces, Martínez! ¿No me ha visto antes hablar por el móvil? Cuando usted ha llegado con el informe yo lo he guardado de inmediato en el bolsillo. Era mi amigo Gustavo y como le digo tenemos tres horas de margen de maniobra, porque en realidad yo a él le había pedido cuatro, siempre procuro cubrirme las espaldas.
—Disculpe, señor, no lo sabía.
—¡Lo dicho, es usted bueno, pero tonto, coño! No se disculpe por eso, sino por cosas que de verdad importen y termine ya el café… que parece que están recogiendo. ¿Qué hora es?
—Casi las 13:00, señor.
—Andando, entonces. Nos queda una familia a la que mutilar con la triste noticia de la muerte de su hija y un asesinato que resolver.
…………………………………………………………………………………………………………………………………………………..
—Disculpe, ¿Se puede poner don Rafael Fernández, por favor?
—Sí, claro… soy yo. ¿En qué puedo ayudarle?
—Señor, soy… el comisario Martínez.
—¡Coño Martínez, cuánto tiempo! Dígame… ¿qué quiere?
—Ha vuelto, señor. Esta vez más contundente y más escueto que hace dieciocho años.
—¿La misma nota?
—No exactamente, señor, pero sí el mismo tipo de papel y la letra parece la misma aunque más insegura que entonces.
—No se preocupe Martínez, enseguida me visto y voy para allá. ¿Dónde quiere que nos reunamos?
—En la Cafetería Avellaneda. ¿Sabe dónde está?
—Sí, sí tranquilo. Por cierto, la prensa…
—De la prensa no se preocupe, tengo buenos contactos, señor, si les pido cuatro horas de margen ellos me las dan. Por cierto, señor, tenemos unos cabellos que quizá podrían ser del asesino.
—Estupendo Martínez, esta vez sí que vamos a coger a ese cabrón. Llevo dieciocho años esperando este momento, por cierto Martínez…
—¿Señor?
—No haga usted caso de lo que le haya dicho mi esposa la última vez que se vieron cuando estuvo usted visitándome en el hospital y guárdeme un par de cigarrillos. Ya sabe que…
—Sí, ya sé. La ansiedad, ¿no es eso?
—¿La ansiedad, de qué me habla? ¡Parece usted tonto, coño! Necesito el cigarro para pensar…
—Claro, para pensar. Debí suponerlo.

Comentarios

  1. Te felicito ya por haber seguido adelante aunque te hubieses visto sin salida de continuidad varias veces al escribirla.Como bien dices la cuestión es probar y errar y tachar y volver a escribir y descubrir nuevos escenarios por donde seguir la trama. Bueno es una opinión que comparto.
    Un cadaver,un par de policías y ese cigarrillo suficientes elementos para construir en el espacio y el tiempo un intrigante relato que sin desvelarnos causas y consecuencias ya atrapa :) No nos dejarás así,no?
    Un abrazo!

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  2. Yo no sé si este será tu estilo o no, pero desde luego me has enganchado desde el principio y eso desde luego es bueno.
    Enhorabuena por este bonito relato que sin desvelar nada te hace visualizar la escena como en pantalla grande.
    Un saludo.

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  3. No estoy muy segura de haber leído la historia completa... ¿hay algún botón oculto de esos de "leer más" que no se vea o realmente me vas a dejar con la intriga? :S

    En fin, la semana pasada novela histórica con toques de miedo, esta semana novela negra... impaciente estoy por ver con qué me sorprendes la próxima semana ;)

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  4. Valeee!!! estoy un poco dispersa hoy, lo he leído por segunda vez y ya he cogido el final! Perdóname, ha sido un día muy largo y se conoce que tengo el cerebro adormilado.
    ;)

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  5. Se aprende mucho a base de escribir, de intentar estilos, así que, adelante y no te frenes.
    Espero que sigas con este texto, que se convierta en novela y que podamos disfrutarla.

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  6. Siento deciros que no tengo previsto continuarla. No sabría cómo. Pretendía desde el principio dejar un final abierto, para que cada cual lo imagine como quiera. De hecho todavía estoy con el de Nahum y eso que sí quiero continuarlo y tengo la historia con final cerrado y concreto en mi cabeza, pero la segunda parte no cuaja con la primera y la tercera que ya tengo. Así, que hasta que no la pula...

    En fin, en todo caso, gracias por estar siempre ahí y por opinar. Gracias.

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