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LA VERDADERA HISTORIA DE LA NIÑA DE LA CAPERUZA ROJA

Sara propone que introduzcamos las nuevas tecnologías en un cuento clásico, para esta semana.

Érase una vez una chica muy mona de pequeña estatura y con un tipazo de escándalo, a la que toda la gente del pueblo donde vivía, llamaba Caperucita Roja a raíz del regalo que le había hecho su madre unas navidades: una fabulosa capa de pura lana virgen en color rojo. Era tal el cariño que la chica tenía por aquella prenda que casi nunca se despegaba de ella y de ahí a un tiempo todos pasaron a conocerla como Caperucita Roja, Caperu, para los amigos.

Caperu, como típica adolescente, se pasaba horas y horas pegada al ordenador bien con el messenger, bien descargando música con el Ares o el E-mule y por supuesto su habitación siempre, siempre estaba totalmente desordenada. Cuando no, se dedicaba a escuchar música a todo volumen o a ver la televisión y jugar con el mando a distancia cambiando de canal una y mil veces. También estaban las estúpidas conversaciones telefónicas durante minutos y minutos con sus amigos que tanto exasperaban a su madre viuda.

Las peleas entre madre e hija eran continuas, por el desorden y por la forma de vestir de la chica, porque salía hasta muy tarde los fines de semana, por si bebía o fumaba… En fin, lo normal. La preocupación de la madre no dejaba de ser la de toda madre que tiene hijos adolescentes a los que no sabe si tratar como niños que aún no han dejado de serlo o como adultos que aún no son. El paso es duro para una como para la otra parte, no obstante. Ya os podéis imaginar la clase de preguntas que formulaba la pobre mujer a su hija en un torpe intento de acercamiento, ignorando por completo que lo que menos gusta a los chicos y chicas de esa edad es someterse a normas y que los controlen. Están descubriendo el mundo y les gusta rozar lo prohibido. Por supuesto eso es lo que más aterra a los padres.

En la cabeza de las dos estaba especialmente reciente la acalorada discusión mantenida por su salida del viernes anterior para celebrar el cumpleaños de una amiga. La madre casi se desmaya al ver la ropa con la que su hija pretendía salir a la calle y no dio opción a réplica. Caperu, a regañadientes, accedió a los ruegos de su madre porque sabía que si no el castigo podría dejarla en casa sin salir durante mucho tiempo.

—¿No pensarás salir por ahí con esa falda tan corta? ¡Pareces una fulana!
—¿Con quién vas?
—¿Qué hacéis hasta tan tarde?
—¿Por qué nunca me coges el móvil cuando te llamo?
—¿Fumas?, ¿bebes?


No sabría deciros si lo que asustó más a la pobre mujer fue el tremendo escote que llevaba la hija, lo escueto de aquella tela que quería ser una falda y se había quedado en un boceto de ella o los tacones de aguja que parecían de una altura y un equilibrio imposibles. Desde aquella tarde, las dos habían mantenido una actitud reservada la una con la otra y si la cosa no cambiaba Caperu lo iba tener realmente difícil para poder salir el sábado a las fiestas del pueblo de al lado, como pretendía. Por eso cambió de estrategia y eso es lo que estaba contando precisamente a su mejor amiga vía mail. Ese día no había tenido clase, por ser la fiesta del maestro y disfrutaba de su día libre en su habitación. Hubiera resultado más rápido contar por móvil a su amiga su decisión, pero a Ricitos de Oro sus padres le habían castigado con un mes sin móvil ni televisión por sus malas notas. Le habían perdonado el uso de internet, porque habían instalado un programa de esos que impiden el acceso a determinados contenidos y porque eran conscientes de que para determinados trabajos de clase internet resultaba una herramienta muy útil para obtener información. Eso sí, le controlaban su uso y nunca le permitían más de una hora y media frente al ordenador diarismente. Al menos la madre de Caperu era más flexible en eso.


He decidido cambiar de estrategia. A mi madre aún le dura el cabreo por lo del otro día (y eso que no vio el tanga que llevaba puesto). Así que, por si acaso, voy a tratar de contentarla estos días, ayudándola en casa y ese tipo de cosas. Ya te contaré.
Besos, Caperu.


—Cariño, necesito que te vistas y vayas a casa de tu abuela a llevarle esta comida. Ya sabes que está enferma y últimamente su vista le impide ver bien. No me atrevo a que se acerque a la cocina… Le hará ilusión verte—le dijo su madre desde el pasillo.
—¿Por qué no se la llevas tú?
—Porque te he dicho que vayas tú y se acabó.
—¿Tengo que ir ahora?
—Sí, señorita.


Caperu se vistió con unos cómodos vaqueros, uno de sus jerséis favoritos y por descontado, con su querida capa roja. Al principio pensó en ir en bici, pero al asomarse por la ventana y ver el estupendo día que hacía, prefirió ir caminando y disfrutar aún más del paisaje. Hacía mucho que no iba a la nueva casa de su abuela en el bosque y por si acaso cogió el móvil, se había encaprichado de él y por su cumpleaños su madre se lo había sacado con los puntos que tenía acumulados. El móvil 3G, además de pantalla táctil y MP3 contaba con GPS. Hasta ese momento no le había dado uso, pero sin lugar a dudas le resultaría muy práctico para saber el camino hasta allí.


Cogió la cesta de la encimera y se despidió de su madre con un beso.
—Da recuerdos a tu abuela de mi parte y dile que pronto iremos a verla los dos. No quiero que te entretengas mucho, así que cuando vuelvas trae el pan, por favor. Y lleva tus llaves—la madre le entregó el dinero para comprar una barra.


Caperu salió de su casa, con la cesta colgada del brazo derecho y con pocas ganas de entretenerse en casa de su abuela. Quería a su abuela muchísimo, pero no le gustaban nada sus conversaciones sobre cuando era niña. Podía llegar a ser más pesada que su madre.

Atravesó el pueblo. En la plaza había mercado ese día y ojeó algunos de los puestos. Le pareció que alguien la seguía, pero creyó que eran imaginaciones suyas. Luego pasó al lado de la fuente y abandonó el pueblo. Cruzó el puente y anduvo durante un rato, poco a poco se fue adentrando en el bosque.


Cuando apenas llevaba cinco minutos desde su entrada en el bosque el bip de su móvil le indicó que había recibido un mensaje.


Te he agregado al messenger Caperu. Espero que no me falles y podamos vernos el sábado en la fiesta. Una amiga tuya me dio tu número de móvil. (Raúl).


Se sintió emocionadísima. Se trataba de un amigo, del amigo de una amiga. La amiga de Caperu había colgado una foto de ésta en su blog y el chico en cuestión al verla había mostrado interés por conocerla. Caperu no había visto ninguna foto del chico todavía, pero sabía que era muy guapo y divertido. Además era mayor que ella tenía dieciséis años y ella tan sólo catorce recién cumplidos. Eso lo hacía excitante.


Torció tal y como le indicaba el GPS de su móvil, a la derecha en el tercer roble que había junto al arroyo y se encaminó cuesta abajo por el pequeño sendero que se dirigía directamente al centro del bosque.


Allí, de detrás de un arbusto le salió al encuentro alguien a quien no pudo distinguir. Las copas de los árboles eran tan frondosas que allí casi todo eran sombras.
—¿A dónde vas Caperucita?
—Voy a casa de mi abuelita que vive en el bosque. ¿Y tú quién eres?, ¿por qué sabes mi nombre?—preguntó extrañada la chica.
—¿Qué llevas en la cestita?
—¿Y a ti qué te importa? No me has dicho quién eres y no pienso responder a tus preguntas.


La chica no esperó una respuesta y echó a correr asustada en dirección a casa de su abuela. No obstante, hacía no mucho, habían abierto un paso nuevo que servía de atajo y su extraño asaltante lo conocía. Por eso llegó antes que ella a casa de la abuela.


Encontró la puerta abierta. Pensó que su abuela la habría visto desde la ventana y estaría esperándola en el interior. Entró. Se asomó a la cocina y no vio a nadie. También la sala y el baño estaban vacíos. Entró en el dormitorio principal y tendida en la cama vio a su abuela. Notó algo extraño en ella, pero lo achacó a la gripe que seguramente tenía la anciana. Lo del pelo quizá fuera algún nuevo peinado de la peluquería. Después de todo, su abuela siempre había sido muy atrevida con su pelo. Eso sí… las orejas no las recordaba tan grandes, tampoco sus manos, incluso sus dientes parecían desmesuradamente grandes.


—Abuela, qué orejas tan grandes tienes.
—Son para oírte mejor, hijita.
—Abuela que manos tan grandes tienes.
—Son para abrazarte mejor, cariño.
—Abuela qué dientes tan grandes tienes.
—¡Son para comerte mejor!
—¡Y una mierda!—la chica se retiró hacia atrás de un salto y en un giro retorció el rabo del pobre y peludo lobo que empezó a gritar aullando de dolor.


En el armario la abuela pataleaba intentando llamar la atención de su querida nieta. El dolor del pobre lobo era insoportable y se retorcía angustiado. Los aullidos se oían por todas partes y un joven leñador que andaba por allí cerca, se precipitó ladera abajo pretendiendo ayudar a quien se sintiera acorralado por la fiera salvaje. Conocía bien a ese tipo de bestias y sabía que esos aullidos sólo podían significar que éste estaba a punto de atacar a alguien. Conocía de vista a la anciana que vivía no muy lejos y se preocupó por si ella no estaba bien.


Encontró la puerta de la casa abierta de par en par y tal y como sospechaba el lobo andaba cerca. De hecho si se paraba a escuchar detenidamente se apreciaba que los ruidos y los aullidos provenían del interior. Corrió hacia el fondo de la casa, lugar de donde procedían los alaridos y los gruñidos, pero por más que lo vio no daba crédito. Allí estaba Caperu (¡No podía ser otra!) agarrando con fuerza la cola del lobo y pegándole patadas sin descanso. El lobo aullaba verdaderamente de dolor; no porque se estuviera preparando para un ataque. No pudo reprimir una carcajada.


A Caperu la pilló desprevenida y en un descuido soltó a su presa que salió corriendo como alma que se lleva el diablo.


—¿Y tú quién eres?, ¿de dónde sales?
—Caperu soy…
—¡Joder mi abuela!—la chica se giró hacia el armario y sacó a su abuela del armario, amordazada y atada.
—¿Estás bien abuela?—preguntó.
—Si, sí hija, pero no veas qué miedo he pasado. ¡Menos mal que te empeñaste en dar clases de defensa personal! ¡Y pensar que tu madre y yo decíamos que resultaba poco femenino!, ¿Y éste?, ¿quién es?


Las dos se giraron hacia el desconocido.
—Me llamo Raúl y bueno estaba talando un poco de leña con la motosierra y en el descanso he oído los aullidos. He venido de inmediato.
—¿Raúl?—preguntó con voz entrecortada la joven.
—Sí, Caperu, tenía ganas de conocerte.
—¿Pero vosotros os conocéis?—interrumpió la abuela.
—Sí—No—respondieron a la vez los dos.
—¿En qué quedamos?
—Te he agregado al messenger, Caperu—se adelantó Raúl.


Entonces Caperu lo comprendió todo y dio gracias a las nuevas tecnologías y a sus clases de defensa personal y a su amiga por colocar aquella bendita foto en su blog. Volvió a casa junto a su madre en la moto de Raúl y agarrada con fuerza a la cintura de éste.


—¡Hasta el sábado!—se despidió éste una vez en la puerta.
—¡Hasta el sábado!—logró decir la chica—Por cierto, me llamo Mónica.
—Mónica…, me gusta.

Comentarios

  1. Jajaja me ha encantado!! Están saliendo unas historias geniales esta semana!! ;) La idea de cambiar al tipico leñador por el "tio bueno" ha sido genial.
    =)

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  2. GENIAL!!!!! Me siento ahora una pringada porque llevo caperuza en mi casa (roja), tengo una capa tb para salir... y yo me llevo unas broncas de la leche... No sé, tengo que aprender mucho de esta nena del siglo XXI.
    Me ha encantado!!!!!

    MUASSSSSSSSSSSSSSSS

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  3. Es la magia de los cuentos,sobreviven al paso del tiempo.Y desde luego que Caperu sobrevive a todo! :)
    Has renovado un cuento sin que este pierda su esencia.
    Un abrazo!

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  4. Me añado a la carcaja de Sara!!! Ole!!!

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  5. uyyy... he visto que eres seguidora mia i me he pasado por aqui a echar un vistazo.
    me ha encantado el cuento de caperucita roja version 2000, está muy bien montada y es muy curiosa la forma con la que se ha llevado el relato.

    un beso!

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  6. Gracias a todos los que hacéis fluir por este blog vuestros comentarios sobre lo que os encontráis aquí. Gracias a todos, de verdad.

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  7. Jajajajajajaja, como me he reido.
    Está genial la nueva versión del cuento, de hecho me ha gustado muchisimo más que la clásica.
    ¿Me darías permiso para publicarla en un blog que comparto con un grupo de gente para que puedan disfrutarla?
    Sé que es un atrevimiento por mi parte, pero es que es genial de verdad, y me dan muchas ganas de compartirla. Por supuesto, te nombraría como autora, y si te parece, pongo el enlace a tu blog, para que mis amigos puedan también deleitarse con tus historias.
    Ya me dices algo.
    De momento, sigo leyendo tus post, hasta ahora, me parecen fascinantes.
    Un beso, muchacha!!

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