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NORA


"No quería repetir, pero un hilo de sangre ya le caía por la comisura" (frase de Beleita)


No quería repetir, pero un hilo de sangre ya le caía por la comisura, tiñendo la pálida piel de su barbilla de un rojo carmín intenso que poco a poco resbalaba por su fino cuello de dama, dejando tras de sí, visible a ojos de quien quisiera disfrutarlo, un pequeño y seductor reguero (como de lava) donde el cráter del volcán era aquella maravillosa boca de blancura perfecta e inimitable y donde el magma brotaba a dentelladas y de forma imparable, una vez que Nora introducía sus afilados colmillos en el cuello del caballero que sonreía complacido a sus insinuaciones.


Sus sueños de las últimas tres noches habían resultado un tanto inquietos y apenas había encontrado tranquilidad y descanso entre las blancas sábanas de aquella imponente cama adoselada. La primera de esas noches, fuera la tormenta golpeaba con fuerza sobre el tejado y más de una vez la ventana se abrió, dejando paso a un viento endiablado que retorcía a su antojo los enormes cortinajes de terciopelo. Por varias veces tuvo que levantarse a cerrar unas ventanas que parecían negarse a permanecer cerradas, aterradas ante lo que había en el exterior. Así entre viento, lluvia y a ratos granizo, logró a base de dar vueltas y vueltas sobre la ropa de cama que se enredaba en cada curva de su cuerpo, dormir una especie de vigilia, que como digo, no le concedió si no una mínima tregua. En los escasos momentos en que el sueño tuvo a bien acompañarla, soñó con una de esas aburridas y encopetadas recepciones en sociedad a las que acudía con sus tíos, los duques Middfor. No recordaba el nombre del anfitrión ni el nombre de su villa, pero por pequeños detalles como la chimenea del comedor y el zaguán donde les recibieron, el sitio se le hizo familiar desde el principio. Ella iba radiante, con un vestido verde esmeralda, de corte imperio y mangas cortas y abullonadas, que embellecía su estilizada silueta; la única joya que lucía era la pulsera de perlas que su abuela le entregó en herencia, su cabello (recogido en uno de los moños de moda) dejaba escapar a cada lado del óvalo de su cara un mechón de su melena de rizos anaranjados. A su lado, su tía Grace hacía ostentación de una espectacular tiara y unos impresionantes pendientes de diamantes a juego (también joyas familiares); su tío Arthur llevaba su impecable traje de frac y peleaba disgustado con la pajarita en cuanto creía que su esposa no le veía.


En esas fiestas, siempre se hablaba del mismo tipo de cosas: política, negocios, ópera… teatro. Rara vez se escuchaba en algún grupo una charla animada sobre literatura (madre del teatro y la ópera) o de pintura y arquitectura o de lo que para otros eran trivialidades como el amor y que tan importantes parecían, en cambio, para la joven. Cuando alguien platicaba sobre ópera o teatro lo hacía no desde el punto de vista cultural sino estético y económico, es decir se entregaban a esa clase de pasatiempos movidos por el afán de curiosear sobre tal o cual personaje público, sus negocios, su vestimenta, su situación económica y en definitiva sobre su vida. No acudían, por tanto a ese tipo de espectáculos por el interés cultural. Quien mencionaba alguno de esos temas, casi de inmediato parecía arrepentirse de ello y retomaba sus disquisiciones avergonzado por el lapsus, en una especie de mecanismo para congraciarse de nuevo con sus compañeros de tertulia. Por eso Nora odiaba aquellas reuniones. Nunca había chicas de su edad con las que poder hablar en serio de las cosas más banales, y los chicos, pequeños fantoches engominados, se lucían orgullosos como enormes pavos reales buscando la mejor presa para cometer un desliz y desflorarla o a la que embaucar con típicas frases ya desgastadas de tanto uso, con el sólo deseo de enriquecer aún más las arcas familiares. Se hablaba de matrimonios, por supuesto, pero siempre como quien cierra un negocio y jamás intervenía como requisito de tales enlaces el amor. Los principales motores de aquellos casamientos eran el poder y la ambición aderezados con un ánimo de lucro escrupulosamente desmedido. Y por supuesto no había cabida alguna para el romanticismo. Para Nora esos eventos se caracterizaban por ser en esencia una pose de fanfarronería, lujo y falsedad en que nada era lo que parecía y lo que parecía nunca era lo que en realidad se esperaba en un principio.


La inmensa mayoría de veces en que acudía a una fiesta de ese tipo, acababa sentada junto a su tío en algún discreto rincón del enorme salón, lo más alejados del resto de los presentes y hablaban de Florencia, Venecia, Roma, Londres, París, Viena, Milán… y de su maravilloso legado artístico y cultural. Comentaban ilusionados la elegancia de sus edificios, la historia de sus calles, el gusto exquisito y refinado de sus gentes, la belleza y armoniosidad de sus paisajes, hablaban de sus puentes y museos, de sus personajes más ilustres ya fueran músicos o escritores comentaban sus obras… y así vencían el tedio y perdían (como habituaba a decir su tía) el tiempo y planificaban huir en un descuido, a cualquiera de esos lugares y alejarse para siempre de la suntuosidad de veladas como aquella. Nora adoraba a su tío y él a ella, se sentían iguales y desarraigados e incomprendidos; eran abanderados de la sencillez en un mundo de ostentación y boato al que no se adaptaban.


No obstante esa noche, cuando buscaba a su tío sin más suerte que la de encontrar a un lado y a otro de la sala, grupos de tertulia (donde las damas mareaban con sus perfumes y donde los varones intercambiaban libidinosas miradas con jóvenes y no tan jóvenes, que se insinuaban detrás de un abanico disfrazando su atrevimiento de una falsa modestia y timidez); sus ojos verde esmeralda, coincidieron por un leve instante, lo que dura una fracción de segundo, con los ojos negros de él. Un joven de porte atlético y patillas a la moda que sonreía con cortesía a sus acompañantes y que podría pasar desapercibido ante la normalidad de sus ademanes tan comunes en tales encuentros y que sin embargo captaron la atención de Nora con la suavidad de una pluma y la misma intensidad de la nieve cuando es esperada. No fue más que un momento, la brevedad de un segundo, tal vez menos, pero bastó para estrangular su corazón con la fuerza del deseo.


Salió a los jardines aturdida y abrumada, tanto por el embarazoso cruce de miradas, más largo de lo que aconseja el sentido común, como por el desconcierto de no ver por ningún sitio a su idolatrado tío Arthur. Minutos después fue éste quien acudió en su rescate, aburrido como ella de las estúpidas conversaciones y de los insultos encubiertos con comentarios jocosos salió a buscarla, pero su salvación fue un mero espejismo. Enseguida su tía raptó a su marido para presentarle a unos amigos de Lord Faeton (un viejo amigo de la familia) —compórtate y no me abochornes— le dijo mientras accedían de nuevo al salón. Nora vio como se alejaban y el guiño de complicidad que su tío le dedicaba, para que disfrutara del jardín y no tuviera que aguantar ni un minuto más todo aquello.


Hacía una noche maravillosa y antes de dar oportunidad de que su tía se mostrará extremadamente interesada en presentarle a alguien, bajó las escaleras de la terraza en la que se encontraba y se encaminó hacia los simétricos y cuidados jardines. Tuvo que reconocer el buen gusto de los anfitriones de la fiesta. El lugar era precioso. Un vergel que llegaba hasta donde alcanzaba la vista. En cualquiera de las direcciones que mirase (a excepción de donde venía en ese momento) sólo se veían árboles y hermosas flores de todos los tamaños y colores, sin llegar a parecer jamás recargado. Parecía estar estudiado en su distribución hasta el mínimo elemento para que su belleza no resultara abrumadora, ni el resultado fuera excesivo. Jamás había visto un jardín tan espléndido. Anduviera por donde anduviera su sensación siempre era la misma: paz y armonía, equilibrio y belleza. Los olores de las múltiples flores y plantas que encontraba a cada paso se mezclaban, pero incluso así el aroma no resultaba asfixiante, parecía como si hubieran sido elegidos para formar una enorme composición donde la música era el aroma que se percibía en cada rincón y los instrumentos cada vegetal ya fuera en forma de mata, de arbusto, de planta, de flor o de hierba. Absorta en esos pensamientos llegó hasta el cenador (junto a la fuente de piedra), subió los cuatro peldaños de acceso y apoyó sus manos sobre la barandilla de madera que servía de balconada y desde la cual se podía admirar toda la extensión de la villa. Empezó a refrescar y se estremeció tiritando. A su espalda crujió una rama, pero no le dio importancia.


—Hermosa noche y hermosa dama.


Se giró sobresaltada y su rostro traicionó el secreto de su corazón. El nudo que había comenzado a tejerse en el interior de su pecho minutos antes, a raíz de un imperceptible cruce de miradas para los ojos ajenos a tal escena, dibujó inevitablemente una ligera sonrisa delatora en su rostro y concedió a su mirada un brillo que nunca antes había tenido sin ni siquiera ser consciente de estar traicionándose a sí misma con el leve rubor de sus mejillas.


— ¿Acostumbra a asediar a la gente por la espalda?, ¿Señor…?
—Whiteman. James Whiteman. —inclina la cabeza levemente hacia la derecha en un gesto de cortesía— Y disculpe, no pretendía asustarla. Estaba deseando escapar de las poco imaginativas conversaciones que hay entre esas paredes.
—Entiendo… ¿Es usted entonces otro inadaptado o simplemente es un valiente que gusta de decir lo que opina bajo cualquier circunstancia y al que no le agrada sujetarse a estrictas normas de etiqueta?—estira su brazo derecho.
—Su belleza turba, pero por lo que veo también su lengua y su inteligencia—. Responde al besamanos—. Me ha descubierto. ¿Con quién tengo el gusto de hablar? Si he de defender mi valentía al menos me gustaría saber ante quien lo hago. —levanta definitivamente la cabeza.
—Soy la señorita Cadway.
—Cadway… no creo haber oído ese apellido…
—Ése es el apellido de mi padre—. Le interrumpe de forma brusca— En realidad he venido con mis tíos: los duques Middfor. Estoy pasando el verano con ellos.
—Middfor… sí he oído hablar de ellos. Disculpe el atrevimiento, señorita, ¿cómo es que está sola en este momento? No lo tome como una descortesía por mi parte, por favor, creo haberla contrariado ya lo bastante. Es simple curiosidad. Y disculpe, nuevamente mi osadía… un caballero no puede consentir que una dama pase frío. Me honraría si aceptase, por tanto, mi chaqueta.
—Pensaba que era enemigo de la buena educación y las buenas maneras de las que adolecen los que están en el salón. Para ser usted, como dice, un valiente… No parece ser muy original en su ofrecimiento. Es más, se parece peligrosamente a aquellos de los que tacha de aburridos. No sé si habla, por tanto, el hombre bravo que dice ser o un joven cazador de fortunas que me ve como presa fácil, señor Whiteman.
— ¿Es usted siempre tan sincera e ingeniosa, señorita Cadway, o se crece ante pobres peleles como yo que admiran sinceramente su belleza y que disfrutan aún más de su compañía?
—Sigue usted decepcionándome. Por un momento he albergado la esperanza de que fuera usted un inconformista o lo que es mejor un poeta disfrazado.
—Ja, ja, ja… —ríe abiertamente— ¿Un poeta?, ¿conoce a alguno? ¿Quizá piensa que un rico heredero o un próspero comerciante de Indiana, no son tan válidos ni interesantes como cualquier escritor, ya sea éste dramaturgo o poeta?, ¿o es una romántica incurable? La creía más pragmática y original señorita.
—Señor Whiteman, no sólo es usted un arrogante sino que es irrespetuoso— responde airada y se gira dándole la espalda nuevamente—Por mi parte, puede ser usted lo que quiera, me es indistinto. Sólo trataba de alejarme un poco del bullicio y usted me ha interrumpido. No creo que tenga derecho a avasallar a nadie como lo ha hecho y menos burlarse abiertamente de mí. Quería resarcirme por mis malos modales, he de admitir que he sido un poco huraña con usted, pero ya veo que no merece mis disculpas. Le devuelvo su chaqueta, señor y le ruego por favor que no me siga. ¡Buenas noches, señor Whiteman!


Se aleja enfurecida ante el engreimiento del apuesto y desconocido señor. De nuevo en el interior del edificio se reúne con sus tíos justo en el preciso momento en que su tía da por terminada la velada. Regresan en la calesa familiar a Villa Umbrossa. Entonces es cuando se despierta en su cama agotada, por una noche en la que a duras penas ha dormido y en la que el único sueño del que tiene recuerdo no deja de regresar a su cabeza de forma intermitente a lo largo del día.


Al llegar la noche, su cuerpo parece no responder a la necesidad de descanso y como la víspera, da vueltas y vueltas sin encontrar el reposo que tanto necesita. Como la noche anterior el viento azota fuertemente las ramas de los árboles y cualquier ruido de la casa se magnifica. La ventana se abre por tres veces y por tres veces se levanta y la cierra. La noche avanza y por fin concilia el sueño. Un sueño forzado y nada reparador. Su blanco camisón se pega a su cuerpo sudoroso con la misma vehemencia con que los árboles agitan sus ramas en el exterior. Las imágenes de lo sucedido durante el día con las aburridas clases de piano y de la visita de su amiga Allison (hija del gobernador) se van tornando borrosas y dejan paso a una especie de bruma, en la cual se intercala a menudo la imagen del señor Whiteman con su descaro y petulancia. Nora se revuelve inquieta en la cama en protesta por detalles y pensamientos que vuelan en su subconsciente sin poder controlarlos. En esta ocasión el señor Whiteman se acerca a ella mientras Nora acompaña a Allison a la sombrerería de la calle 19. Allison está charlando amistosamente con la señora Carrell, propietaria de la tienda, para hacerla un encargo. Nora, pasea distraída mirando aquí y allá y probándose algunos de los tocados y pamelas que más le gustan. Mientras su amiga se deja aconsejar por la experiencia de la señora Carrel sobre lo más idóneo, la última moda importada de Francia o la posibilidad de variar un poco su habitual estilo, un caballero entra en la tienda. Nadie parece notar su presencia y menos que nadie la joven señorita Cadway que parece disfrutar con algunas de las extravagancias que desfilan ante sus ojos.


—Señorita Cadway, ¡qué placer volver a verla! Me sentí terriblemente culpable por mi torpeza de la otra noche y le debo sin lugar a dudas una disculpa. Me alegro de haberla encontrado de nuevo.
—Señor Whiteman. No esperaba volver a verle tan pronto y menos en un lugar como éste.
—Estaba de paso y la he visto desde fuera, quería saludarla y presentarle mis más sinceras disculpas por lo de ayer, como ya le digo.
—¿Nora qué te parece éste?
—Si me disculpa señor Whiteman… mi amiga Allison me reclama.
—Por supuesto, Nora…—rectifica de inmediato— señorita Cadway.
—¡Oh qué sorpresa señor Whiteman! Enseguida le doy el sombrero que encargó Jane. ¿No le importa verdad señorita Allison? Será sólo un momento.
—En absoluto, Susan… Vaya tranquila.
—Vaya señor Whiteman veo que yo no era el pretexto por el que ha entrado, sino que venía a recoger un encargo. Por lo que parece además de petulante es también un tanto embustero.
—¡Nora!—le riñe su amiga.
—No se apure señorita, su amiga tiene razón. No he sido del todo sincero con ella. Por cierto, no nos han presentado: soy James Whiteman, usted debe de ser la hija del gobernador, la señorita Allison, si no me equivoco.
—Así es. Encantada de conocerle señor Whiteman—ve como su amiga se marcha—¡Nora aguarda, por favor!—se gira nuevamente hacia el joven—dispénsenos, por favor…—sin escuchar la respuesta sale tras su amiga.
—¿A qué ha venido eso Nora? Tú no eres así. ¿Le conocías de antes?, ¿por qué no nos has presentado?
—¡Ay, Allison déjalo estar! A veces te pareces peligrosamente a mi tía Grace.
Las dos se ríen sin disimulo mientras suben a la calesa para regresar de nuevo a casa del gobernador donde Nora está pasando unos días, bajo previo permiso de sus tíos.
—En serio Nora. Es muy apuesto. ¿No me digas que no te habías fijado?
—Me resulta altivo y sí he de admitir que es elegante, pero me desespera su afectación. Se acerca a mí pretendiendo disculparse y en realidad es todo un embuste—. Cuenta a su amiga el primer encuentro y la excusa con la que se ha acercado a ella en esta ocasión.
—Nora… me parece tan romántico.
—¿Romántico? Allie, creo que te equivocas. El señor Whiteman no es distinto del resto de envanecidos jóvenes que se pasean por los salones seguros de su triunfo y que no aceptan un no por respuesta, de los que estamos tan hartas. Parece mentira, que pienses así.


Como la noche anterior la agitación del sueño la despierta. La mañana ya está bastante avanzada. Desayuna sola en uno de los comedores. Su tía ha ido a visitar a Lady Faeton y su tío está en el despacho reunido con el senador. A las doce llega su profesor de piano: el señor Smith. Durante la clase no puede centrarse. Está tremendamente distraída. Su mente vuela del pentagrama a la cara del señor Whiteman y a su voz. Lo que antes le resultaba molesto en él, ahora le resulta excitante. Lástima que todo sea un sueño. A lo largo de la jornada la sensación de sed no desaparece y cree haber cogido fiebres. Su tía preocupada, hace llamar al doctor Stewart. Éste la examina y le receta unas sales. Todo parece en orden. —No hay nada por lo que preocuparse. La juventud lo revuelve todo. Eso es lo que te sucede, jovencita. No has de alarmarte, procura descansar—se vuelve hacia la tía de la joven— Señora Middfor si vieran que empeora, no duden en llamarme. No obstante, como ya digo, su único mal es la juventud. Enfermedad que todos hemos pasado ja, ja—. La dueña de la casa le acompaña hasta la planta baja y de allí al carro de dos caballos con el que ha acudido.


El resto del día y de la tarde, su tía impide que haga el más mínimo movimiento. Y se ve recluida en su propia alcoba muy a su pesar. Las horas pasan muy despacio y anhela que llegue la noche para volver a conversar con el señor Whiteman. Esta vez será ella quien le pida disculpas por sus malos modos. Acaba admitiendo que si alguien ha mostrado excesiva suficiencia ha sido ella. Se pasea nerviosa por la habitación y vigila a hurtadillas el pasillo, pero Mariè está sentada en una silla junto a las escaleras por petición de su tía y resulta imposible bajar al comedor o al salón. Durante la tarde recibe dos visitas de su tío y cuatro de su tía. A su parecer no le conviene que nadie la moleste. Por supuesto, no comprende que Nora valora más las visitas y atenciones de su tío que las de su tía Grace. Mariè también irrumpe en la habitación para llevar té con pastas en una bandeja, para recogerla nuevamente cuando la tía Grace considera que ya ha transcurrido lo bastantes como para retirarla y en otra última ocasión para comprobar que todo está en orden en la habitación; almohadas incluidas para que la joven pueda dormir sin interrupciones domésticas. Por un momento su tía Grace se ofrece para velar en el sofá junto a los pies de la cama, pero entre todos logran convencerla de lo desproporcionado de tal medida. Finalmente cada cual abandona sus tareas y se encamina a sus aposentos. El silencio se instala en la casa. Afuera nuevamente, como cada una de las últimas noches, el viento impera en el ambiente. La lluvia le acompaña también como lo hiciera en la primera noche de insomnio. Nora se dispone a no conciliar el sueño hasta altas horas ante la certidumbre de que cuanto más se empeñe en dormir mayor será su desasosiego. Finalmente el sueño acude a su encuentro antes de lo esperado. Todo parece continuar donde lo dejó. Ella y Allie toman el té en el porche de la casa de ésta y conversan animosas sobre los planes para los próximos tres días. Allie muestra su nerviosismo porque su hermano William llegará esa misma noche desde Chicago a pasar unos días con ellos. Tiene muchas ganas de verle y no deja de comentar tal circunstancia a Nora.


Poco después una calesa irrumpe en el patio de la casa del gobernador y de ella bajan dos hombres. Por su vestimenta parecen importantes hombres de negocios. Se encaminan hacia donde están las dos jóvenes y las saludan ceremoniosamente. Uno de ellos es el señor Whiteman, al verle Nora se revuelve inquieta. En la puerta les aguarda Mathew, quien invita a los dos caballeros a pasar al salón principal antes de anunciar su llegada al gobernador.


De inmediato la actitud ausente, casi aburrida de Nora cambia y propone a su amiga pasear a caballo. Propuesta que ésta acepta encantada. Piden al mozo de cuadras que prepare sus dos yeguas favoritas. Una vez en marcha, transcurren varios minutos sin mediar palabra entre ellas. Allison conoce a su amiga y no quiera importunarla. Sabe que quien ha de romper el silencio ha de ser ella. La reacción no se hace esperar y efectivamente es Nora quien interrumpe tales pensamientos—. ¿A qué habrá venido aquí? No me habías mencionado que tu padre y él se conocieran.
—Comprenderás que mi padre no me cuente todo lo que hace en su despacho. De todos modos, no te preocupes hoy durante la cena intentaré preguntárselo. ¿Quién sabe igual hay suerte y se quedan ambos a cenar!


Las dos azuzan a sus caballos, como acostumbran a hacer en sus salidas, para sentir esa maravillosa caricia del viento en sus mejillas. Cuando llegan al claro del bosque que más les gusta se sientan a la sombra del árbol de ancho más tronco y hacen suposiciones sobre el motivo de la visita del señor Whiteman y de su acompañante, pero también hablan del señor Smith del que Allison está enamorada, causa por la que Nora suele bromear con ella. Como casi siempre Nora gusta de leer alguna novela o algún libro de poemas, mientras a Allison le vence el sueño. Sin darse cuenta, tan enfrascada como está en la lectura empieza a anochecer. Allison se despereza y propone regresar. Nora deseosa de terminar el libro, alarga un poco más su permanencia allí. Allison, en contra de su propio criterio, opta por marcharse ante la insistencia de Nora. Está acostumbrada a esa demanda de soledad que de vez en cuando tiene su amiga, pero no puede evitar disgustarse por ello y preocuparse.


Anochece antes de lo que ella espera y se dispone a coger de nuevo las riendas de su potra para regresar. No quiere causar problemas a su amiga. La oscuridad avanza peligrosamente, las nubes no permiten ver la claridad de las estrellas ni de la luna y el pobre animal camina y resopla nervioso sin saber apenas dónde pisa en cada momento. Se levanta un viento molesto que arrastra gotas de lluvia con una fuerza brutal. Como era de esperar se desorienta y acaba tropezando con un hoyo fracturándose una pata. Al tropezar el animal, la joven cae al suelo y se golpea un tobillo. Nora indecisa entre dejar allí abandonado al animal o seguir camino hacia la casa, se arma de valor y decide buscar algún refugio cerca. No puede consentir que el animal sufra por su culpa y abandonarle a su suerte. Con el tobillo magullado a duras penas puede caminar muy lejos.


Mientras tanto en la casa. El gobernador organiza una partida de búsqueda por los alrededores ante la evidente tardanza de su invitada. No quiere importunar a sus dos nuevos invitados, pero éstos acaban enterándose del desagradable incidente y se ofrecen para buscarla. En la casa el movimiento es mayor que a plena luz del día. Hombres, caballos y perros se juntan en el patio para organizar la búsqueda por grupos de tres o cuatro personas. Por si acaso toman precauciones y van armados. Allison llorosa no deja de insistir en que debería ir con ellos y en repetir una y mil veces el punto exacto donde la dejó, tanto a su padre como a su hermano William, recién llegado minutos antes.


A Nora el miedo y el frío la animan a dormir incluso a pesar de sus propios esfuerzos por mantenerse alerta. No ha podido encontrar gran cosa y se cobija medio encogida entre el caballo y parte del tronco de un árbol caído que ha arrastrado con ayuda de las bridas del pobre animal moribundo usándolas como cuerdas de arrastre. Por eso no escucha las voces, ni el ladrido de los perros, ni ve las luces que forman la comitiva que está buscándola.


De casualidad o quizá no tanto, James Whiteman se aleja un poco de su grupo. El viento arrecia y la lluvia es cada vez más copiosa, por eso deciden aplazar la búsqueda hasta que amanezca. El señor Whiteman, ausente en ese momento, no escucha tal decisión y sigue a tientas buscando a la mujer desaparecida. Exhausto, por fin da con ella. Nora ha sentido su presencia y le recibe con una cálida sonrisa. De los ojos verdes de ella brotan lágrimas de agradecimiento y disculpa. Entonces la verdad se hizo evidente, Nora amaba a ese hombre. Se había enamorado sin remedio, sin medida. Fue consciente entonces como nunca antes, de ese momento, de la necesidad de sentirle a su lado, de compartir con él penas, miedos y alegrías, de experimentar el placer de sentir sus labios y el calor de sus manos acariciando cada rincón de su cuerpo inexplorado. Supo entonces que su vida no era suya que no le pertenecía. Que el señor Whiteman se había apoderado con sus cordiales sonrisas y sus halagos de su corazón y de su vida. El destino se burlaba de ella, pero no le importaba. Al señor Whiteman le costó reconocer el gesto de gratitud en los ojos de la joven y se mostró prudente en un comienzo; pero las pasiones nos arrastran irremisiblemente y él como ella, había entregado ya su corazón a esa altiva joven de ojos verdes que la miraba como un animal indefenso, desde la fragilidad que da el miedo mostrándose por primera vez débil.


Por eso y por las lágrimas que vio rodar sinceras por sus ojos, por la alegría de encontrarla, por la alegría de saberse vivo, por la alegría de descubrir en los labios de ella la misma sed de los suyos, la besó. La arropó con sus brazos oliendo sus cabellos. La besó en la cara, en los ojos, hasta sentir dolor y agotamiento. Besó sus hombros, su cuello, sus pechos, sus manos que se dejaban guiar mansas sobre sus hombros musculosos y por cada una de las vértebras de su espalda que se retorcían de placer en un escalofrío prolongado y doloroso desconocido para él por su intensidad y porque le hacía sentir más vivo que nunca, arrastrándole a un abismo donde sólo estaban ellos dos. Un tornado de fuerzas desconocidas que le impulsaba a acariciar sin descanso cada mínimo trozo de piel de aquella mujer.


Por momentos abrían los ojos y se miraban y se veían con ojos nuevos, como dos extraños que se sienten más cercanos que nunca y que se descubren el uno al otro sin artificios, buscando destruirse el uno en los brazos del otro. Las piernas de ella se agitaban nerviosas bajo el peso de su cuerpo y sus caderas se movían acompasadas atravesando sus cinco sentidos al punto de volverle loco. Era de noche pero el encuentro de sus cuerpos consentía un nuevo amanecer en cada embestida. Acarició sus pezones rosados y pequeños con avidez y urgencia y los besó una y mil veces. Los mordisqueó hasta que ella respondió con un gemido tras otro. Siguió mordisqueándolos y retorciéndolos bajo la tibieza de su lengua y continuó pellizcándolos hasta que su color rosado se convirtió en rojo púrpura y un pequeño reguero de sangre fresca manó de ellos en un brindis mortal y eterno en un despertar a una nueva vida. Bebió de aquellos pequeños manantiales improvisados, la sangre que le uniría a ella para siempre y a continuación la besó en el cuello en un beso de muerte a la vida mundana y de apertura a una vida de sensualidad y erotismo dejándole como marca de sus artes amatorias un nuevo reguero de sangre y dos pequeñas incisiones. Se vació gozoso y con un ímpetu renovado, en varios vaivenes de sus caderas, en la maravillosa hendidura que quedaba escondida entre las piernas de ella y se abrazaron satisfechos y conformes. El sueño se apoderó de la nueva Nora y él aprovechó para introducirse nuevamente en su cabeza y enseñarla las ventajas de aquella nueva vida a la que despertaba. De aquella nueva vida inmortal a la que había sido invitada al entregarse a él.

Comentarios

  1. Muy buen trabajo Sechat!! La unión de sus diferentes momentos,escenarios,personajes y el paso a un lado y otro de esa delgada línea que une mas que separa el sueño y la realidad como a la noche y el día,la llevas a cabo evitando toda brusquedad que altere la lectura.El lenguaje de las conversaciones muy bien ambientado y esa visión galante y romántica de un mundo acostumbrado al terror,pienso que dan como resultado un muy buen relato.
    Enhorabuena!! Un abrazo

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  2. La enhorabuena he de dártela a ti, por tu bendita paciencia y leer esto hasta el final. Muuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuchas gracias de verdad. Un abrazo.

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  3. Gracias por dejarme tu comentario, venía dispuesta a leer tu relato pero su extensión me ha asustado..... así que lo acabo de imprimir y esta noche lo leeré tranquilamente, promete pasarme mañana y decirte lo que me ha parecido aunque seguro que me gustará. Un abrazo.

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  4. Lo leeré, lo leeré. A ver si el viernes como muy tarde te digo qué me parece.

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  5. Lo prometido es deuda y aquí estoy....
    Anoche leí tu relato en la cama, acurrucada bajo la manta y me pareció una historia preciosa, el sueño de la fiesta en esa Villa de nombre olvidado me recordó a uno de los últimos libros que he leído "El Gatopardo" de Tomasi de Lampedusa (te gustaría), conseguiste que me sumergiera en la historia. Enhorabuena.

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  6. Gracias a todos por el interés en leerlo y sobre todo a ti Mari Jose por haber sido capaz de hacerlo (ji,ji). Acertaste en lo del Gatopardo siempre he querido escribir una historia ubicada en esa época y ha sido ésta y las imágenes de la película (vestimenta y peinados) volaban en mi cabeza cuando escribía esto. Tengo ganas de leer el libro, porque la película no he llegado a verla nunca entera. Un abrazo y de verdad, muuuuuuuuuuuuuuuuuchas gracias. Un abrazo.

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  7. Qué relato más chulo, romántico y extremadamente pasional ¡Incluso sangre de pasión! Tienes una grandísima capacidad de ingenio, algo muy importante tb en un escritor.

    Es fácil en ocasiones el pasar del odio al amor y viceversa, quizás sea por eso que dicen que ambas emociones se generan en la misma zona del cerebro pero, fácil sí que es.

    Saludines y felicidades, una excelente historia. Tienes mucho talento, lo digo de verdad :)

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  8. Está genial!! Me he dejado los ojos sangrando leyendo ese amarillo contra blanco durante media hora pero ha merecido la pena! Las conversaciones me recuerdan ligeramente a Orgullo y prejuicio, cosas mías... una historia bien llevada y, lo más importante, larga en extensión pero para nada en lectura.

    Un saludo!!

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  9. Siento haber tardado tanto en venirte ¡no he parado!

    De todas formas, he de confesar que no he podído leer este apasionante relato entero, me dejo de deberes volver a terminarlo, ¡engancha!

    Saluditos

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  10. Me ha gustado y me parece que tienes en este relato, material para desarrollar una novela si te lo propones. Enhorabuena.

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