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HACERSE MAYOR

Se cayó (Frase de Ártico para el Cuentacuentos esta semana)
Se cayó la nieve que cubría los tejados y con ella se cayó el invierno como el terrón de azúcar que se diluye en tu café cada mañana.

Jaurías de niños desbordados por la alegría de saberse libres del frío, el viento y la lluvia se agolpaban en los parques correteando como posesos y peleando por llegar antes a los coloridos columpios. Madres, padres y abuelos y abuelos pugnaban con entereza por seguirles con el mismo entusiasmo y vigilar desde la distancia que nada malo les sucediera. No siempre lo lograban.

Daniel, un precioso niño de seis años y ojos del azul del Océano Pacífico, no vio el peligro y cayó. Lo hizo desde lo más alto de aquel terraplén y ni uno de los cuatro ángeles de la guarda que velaban cada esquina de su cama pudo evitar el desastre.

Gritos de espanto y dolor rompieron las gargantas de los presentes. Regueros de lágrimas trazaban desde todos los ojos nuevos ríos que se perdían en el tapiz verde de la hierba.

El funeral fue masivo. La caja blanca de pino presidía la pena de las almas de todos los asistentes. Allí estaban compañeros de juegos y de colegio, padres y madres de otros niños y alumnos, profesores, alcalde… Sólo hubo alguien que huyó de aquel espectáculo de llanto, impotencia e incomprensión ante lo sucedido.

Martín, de nueve años, escapó de la mano fría de su madre y corrió en dirección contraria durante minutos. Fue una carrera sin descanso, preguntándose si su mejor amigo iba o no a volver y si volverían a robar carcajadas al nuevo día. Llevó su mano al bolsillo derecho de su pantalón negro y de allí sacó un billete arrugado de diez euros y algunas monedas sueltas (sus ahorros de dos meses). Anduvo por las aceras desnudas de gente y llegó a la floristería donde su padre compraba rosas a su madre cuando aún eran novios; la misma tienda a la que acompañó a su abuelo Alfredo cada uno de los sábados del 2007 a comprar flores para su abuela y llevárselas al hospital aunque ella no fuera ya capaz de apreciar su aroma, ni el tacto de terciopelo de sus pétalos, ni la magia de sus colores. Posó con desesperación aquel billete rojo y blanco sobre el mostrador con el miedo de un pajarillo que se enfrenta al cazador y pidió, en un hilo de voz a la dependienta, un naranjo pequeño o un cerezo.
— Yo a ti te conozco. Eres el nieto de Alfredo y Paulina, ¿verdad?— Sí… ¿Les conoce?
— Sí… siento lo de tu abuela. ¿Qué te trae por aquí?, ¿no deberías estar en el funeral del niño?
— No… Bueno… era mi mejor amigo.
— Comprendo…
— ¿De verdad? Entonces deme un árbol que tenga flores bonitas, por favor. Mejor si es un naranjo, un cerezo o un manzano.
— ¿Te puedo preguntar para que lo quieres?
— Es que… es un secreto.
— En ese caso, no debes contármelo. Espera un poco y enseguida te traigo uno de los últimos manzanos que he recibido—se va y regresa al cabo de unos instantes con un pequeño tiesto y en su interior un manzano.
— ¿Podrás con él? Si tienes que llevarlo muy lejos, te puedo ayudar. Total todos están en la iglesia ahora y no creo que venga nadie a estas horas. Cierro la tienda y si quieres te llevo en la furgoneta donde quieras.
— No sé… Siempre me han dicho que no vaya con gente que no conozco.— Te entiendo. Si quieres hacemos otra cosa. Dime dónde quieres plantarlo y yo te lo llevo. Tú llegas a allí como creas.
— No sé si tendré tanto dinero, para que me lo lleve.
— Tranquilo, con lo que tienes te sobra, siempre he tenido buenos precios y por eso llevo tantos años con mi tienda—dice guiñándole un ojo— ¿Está lejos ese sitio?
— No… bueno… en el parque.
—Bien… Hacemos una cosa. Sal tú primero y… ¿Tienes reloj?
— Sí, ¿por qué?
— ¿Sabes leerlo verdad?
— ¡Claro! Tengo casi diez años.
— Perdona, es verdad que eres mayor. Te lo pregunto para saber si sabes lo que es media hora.
— Treinta minutos.
— Eso es. Ve al parque y yo estaré allí en media hora, con tu árbol. Toma tus vueltas. ¿Estás de acuerdo?
— Sí. Me parece buena idea.

El niño marcha pletórico hacia el parque. Casi ha logrado olvidarse de la tristeza que le acompaña desde hace un par de días. Empieza a creer que ha hecho mal en marcharse así. Sus padres estarán preocupados y también su abuelo. No debería haberse marchado. Ha sido un tonto, aunque su intención era muy buena. Llega al terraplén y desde abajo escupe con rabia aquella pequeña colina resbaladiza, repleta de barro y piedras que se llevó a Daniel. Luego… simplemente se deja caer y llora por muchos minutos. Lo hace con rabia, porque se siente solo y desamparado. No tiene a su lado a su madre o a su abuelo para contarles lo mucho que quería a su amigo y preguntarles el porqué ha pasado eso.

Se oye un coche por allí cerca. Levanta la cabeza y ve que es la furgoneta de la señora simpática y rubia de la floristería. Se avergüenza de haber desconfiado de ella. Entre tanto ella le busca con la mirada y al verle le saluda con una mano. Abre la puerta trasera de la furgoneta y de ella saca con ayuda de unos guantes el pequeño árbol, también lleva lo que parece una pequeña pala, como las que Martín usa en la playa para jugar con la arena. La mujer se le acerca y le sonríe.

— Si quieres me marcho. Te lo dejo donde me digas y me voy.—No, no hace falta. Gracias por traerlo. Es un árbol muy bonito.—Seguro que a tu amigo le gustaría.— ¿Usted cree?
— Estoy convencida. ¿Lo plantamos?
—Si no le importa ayudarme…
—Lo hago encantada. Por cierto, he llamado a tu abuelo. Espero que no te enfades. He pensado que estarían preocupados. Tenía su móvil en la agenda de cuando lo de…
— Gracias. ¿Se lo ha dicho?
— ¿Decirle el qué?, ¿lo de tu secreto? Tranquilo. Le he dicho que habías venido a por unas flores. ¿He hecho bien?
— Es que… prefiero contárselo yo. ¿No le importa verdad?—Si a ti no te molesta que le haya llamado, no. ¿Amigos?—Amigos— se estrechan la mano.

Entre los dos colocan el árbol arriba. Al hacerlo Martín rompe a llorar otra vez, aunque esta vez es un llanto más contenido. A su lado Conchi aguarda callada y respeta sus lágrimas. Le abraza cuando ve que el niño lo necesita. Para romper el silencio le pregunta:—¿Por qué un manzano, un naranjo o un cerezo?—Porque quiero que cuando un niño suba hasta aquí y robe su fruta recuerde a mi amigo Dani. Es como si Dani viviera de esa forma en cada uno de los que se acerquen a este árbol.

Lo que ves aquí escrito es original e inédito. Si te gusta, disfrútalo desde el blog, pero no lo copies, por favor. Pertenece a mi propiedad intelectual, si lo hicieras estarías dañando mis derechos de autor. Gracias.

Comentarios

  1. La muerte irrumpiendo en un mundo que ha procurado siempre permanecer lo mas lejano de ella,el de los niños.El contraste de la tragedia adulta frente a la ternura de Martin,la amistad de Conchi.El que un niño suba a ese árbol es la vida que continúa,la que se cayó al comienzo.
    Mucho contenido,sentimientos que logras aunar en el relato.
    Un abrazo!

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  2. la muerte llevándose a un niño es lo más triste que hay. así todo, bonita historia.
    un saludo!

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  3. Qué triste me has dejado... :'( Luego me dices a mi de tragedias!!

    Es mágico, sencillo, puro... me ha gustado mucho.

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  4. Se me han saltado las lagrimas... es una historia preciosa, guarda la inocencia de un niño y la madurez que, quizás, ganan despues de una tragedia.... me ha encantado

    saludos

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  5. Hola, Sechat:

    Vine aquí un ratillo, que pude. Opino como Sara: ¡te quedó de maravilla! Fue ameno pasarme por aquí. Cada uno buscamos nuestras verdades, nuestras formas, todos somos un mundo único y no hay realidades totalmente universales, supongo. Mientras nos sintamos bien con algo y no hagamos daño a nadie todo está bien.

    Saluditos.

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  6. Joé, sólo puedo decir: qué mal cuerpo me has dejao (esto es positivo xd)

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  7. Estoy de acuerdo... la historia es pelín triste. Me queda el consuelo de saber que no conozco un caso similar y que el árbol será símbolo de que el niño perdura de algún modo entre los demás. Gracias por vuestras visitas. Un abrazo y un saludo a todos.

    P.D.: Ciertamente me he pasado, es con diferencia lo más triste que he escrito hasta el momento.

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  8. Hola

    Este es muy, muy bonito.

    Un saludo.

    Juan.

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