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LA MALDICIÓN DEL TEMPLO

En el templo, de la pared agrietada, la luz brotaba cada vez con mayor intensidad. Al otro lado se adivinaban sombras y voces incomprensibles, pero nadie se atrevía a observar por demasiado tiempo. Además estaban dos guardias para impedirlo.

En el interior del gran templo, a pasos de distancia de aquello, entre pasillos, jeroglíficos y columnas, albañiles y los porteadores de agua, acarreaban sin descanso víveres y rocas para evitar el restallar del látigo sobre sus castigadas espaldas y por supuesto por el ancestral temor a los dioses, inculcado desde pequeños. Ante todo debían tenerlos contentos. Trabajaban con ese miedo insuflado en sus venas, intentando cumplir el sueño de construir a Ra el templo más grande posible, utilizando como base los cimientos del que ya existía.

En el tumulto de razas, clases y gentes de todas las nacionalidades que se agolpaban en las escalinatas de la entrada o a la sombra del recinto, se podían escuchar palabras en asirio, arameo, griego, egipcio o fenicio. Pocos de ellos conocían la escritura, pero cualquiera que supiera hacerse entender en otra lengua era bienvenido y siempre tendría ocupación.

Seshesh recién llegado en caravana, desde Per-Uadjet al borde del Gran verde[1], se acercó como tantos otros en busca de trabajo. Se dirigió sin dudarlo a la mesa de uno de los escribas. Para ello tuvo que usar todo su talento. No en vano, la cola era condenadamente larga. Se puso al final de la fila y simuló que se le caía una pequeña pieza de cobre[2] (por el contrario ésta estaba bien atada a un fino cordel que el muchacho llevaba anudado a uno de sus dedos). El tintineo contra el suelo agudizó los sentidos de los hombres más cercanos y también su codicia. Enseguida fueron varias las cabezas que se agolparon buscando el ansiado metal. El muchacho aprovechó el desconcierto y avanzó varios puestos. Mientras, a sus espaldas, los ánimos iban en aumento y unos insultaban a otros hasta que algunos de los guardias intervinieron en la trifulca.

Pronto el calor sofocante le animó a inventar una nueva manera para avanzar en la interminable cola. Delante de él, un hombre excesivamente corpulento sudaba a mares y a duras penas lograba mantenerse en pie. Seshesh fingiendo un acto de caridad, mintió descaradamente al hombre, indicándole que conocía la existencia de un pozo cercano y que si ambos se asociaban podrían sacar provecho vendiendo su agua. El ingenio del chico no tenía límites y había adivinado, por las vestimentas del hombre y sus anillos, que se trataba de un comerciante; por tanto estaba allí para ofrecerse seguramente a transportar las mercancías más delicadas a cambio de un estipendio o incluso para prestar servicios de carácter personal a algunos de los sacerdotes o escribas. Cuando planteó al hombre el posible negocio con el preciado líquido, éste receló al principio, pero acabó accediendo a ir a visitar el pozo y comprobar por sí mismo el emplazamiento, puesto que no había allí ninguno de sus hombres de confianza para que lo hicieran en su lugar. Una vez más la ambición eliminó a uno de sus competidores. Así es como el joven consiguió adelantar otro puesto. Sabía que nadie permitiría, al regreso del hombre gordo, que esté pretendiera colarse y eso cuando menos conllevaría una nueva intervención de los centinelas. No obstante, para no levantar sospecha, decidió aguardar como los demás, por un tiempo que le resultó interminable. Eso sí, no quitó ojo de todo lo que sucedía a su alrededor.

El hombre que le precedía dos posiciones, hablaba animadamente con los otros tres, que a su vez, estaban por delante de él. Al principio Seshesh no reconoció la lengua, pero una vez que se hizo a las voces, la identificó sin problemas. Se trataba de una mezcla entre egipcio y fenicio. Los cuatro hablaban de algo que había sucedido la noche anterior en el templo. Y por lo visto, habían colocado guardias para impedir miradas curiosas. Además uno de ellos, el más joven, hablaba impaciente de que su esposa estaba a punto de dar a luz. Temía que los astros no le fueran propicios en el alumbramiento debido a lo sucedido en el santuario la víspera; por eso para congraciarse con los dioses, había insistido en aproximarse junto a sus compañeros en busca de empleo. Seshesh, siempre despierto, descubrió parecido físico entre al menos tres de aquellos hombres y vio en la conversación que mantenían, la oportunidad que estaba buscando. Comenzó a gritar en egipcio algo sobre que una parturienta llamada Heriamon esposa de un tal Djedet estaba teniendo problemas en el parto: el niño venía de nalgas. Los cuatro hombres al escuchar aquellas palabras, comenzaron a interrogar al muchacho. Viendo que éste no sabía más que lo que había contado salieron presurosos. Hubo uno de ellos indeciso, pero finalmente los cuatro partieron juntos.

El sol estaba ya muy alto cuando Seshesh pudo acercarse al escriba. Éste le miró un tanto perplejo, dada la juventud y vitalidad que derrochaba el joven. Le preguntó su nombre y procedencia. También por supuesto, por sus habilidades. El muchacho, alardeó sobre su facilidad para entender varias lenguas incluidos algunos de sus dialectos. El escriba, un hombre serio y escéptico, quiso poner a prueba a aquel chico barbilampiño que tanto se jactaba. Para su sorpresa tuvo que reconocer los méritos del joven y le contrató.
— Al comienzo se te pagará un octavo de quite cada dos días. ¿Sabes cuánto es eso?
— Sí señor: diez quites[3] hacen un deben.
— Ignoro quién te ha enseñado lo que sabes, pero si te esfuerzas… puedes llegar muy lejos. Te lo aseguro. Ve con este papiro al interior y pregunta por el capataz. Él te indicará cuál será tu trabajo.
— ¡Qué los dioses os protejan, señor!— respondió victorioso el muchacho, mientras subía precipitadamente las escaleras del tabernáculo.

Enseguida dio con su hombre y éste le hizo organizar el trabajo de los pequeños grupos que iban llegando por oleadas al templo. En cuanto se hubo familiarizado con el lugar, la labor le resultó incluso divertida.

Cuando llegó la hora del almuerzo el silencio se instaló en los grandes adoquines, en las grandes baldosas del suelo y entre todos los presentes. Desde el fondo del templo, de la pared sobre la que todos hablaban en susurros, por miedo a ser castigados, surgía con fuerza una extraña luz que no parecía proceder de las teas a las que estaban habituados en esa parte del nomo[4] ni en ninguno de los otros nomos cercanos. Es más, incluso los extranjeros llegados de lejanos países, corroboraban que aquella no era una luz normal. Nadie que conociera Kemet[5] (La tierra negra o país del Nilo) había visto jamás una claridad de esas características. Tampoco las voces que de allí surgían resultaban comprensibles. Todo era extraño y eso infundía miedo y curiosidad a partes iguales.


Carlos, mazo en mano, golpeaba con saña todo lo que se le ponía por delante. La ira cegaba sus sentidos. Desde el suelo, en un rincón de la cocina, Eva se encogía y pegaba sus brazos y piernas contra sí en un intento de protección. Estaba demasiado lejos del teléfono y él demasiado lejos de la realidad, como para que se aviniese a razones.

¡Pum! De un mazazo Carlos rompe parte de una de las paredes de la cocina. Al suelo caen todo tipo de esquirlas que arañan los muebles y su brazo derecho. Grita. La radio, responde a su grito con voz atronadora, anunciando un gol en el partido del domingo. Él se gira hacia el aparato y lo golpea hasta que lo hace trizas. Las piezas caen por todas partes, en su mayoría son trozos irreconocibles.

Eva, más asustada aún, lloriquea e hipa temiendo lo peor. En la pared rota, asoman de vez en cuando sombras, pero no sabe si son producto de su imaginación. Cree ver la espalda desnuda de un par de hombres; pero parece imposible. Uno de ellos se mueve levemente y deja entrever entre él y su compañero, algo más al fondo, una enorme columna con símbolos extraños muy semejantes a los que tiene el papiro que trajeron de su viaje a Egipto hace unas semanas (desde entonces las cosas van mal). Se arma de valor y se arrastra sin apenas hacer ruido hasta la entrada de la cocina, entre la mesa y las sillas caídas. Carlos entre tanto, llora de rabia y sigue abriendo y cerrando armarios arrojando por los aires todo lo que toca y rompiéndolo con su mazo de trabajo.

Reptando llega al cajón de la cómoda del pasillo. Rebusca nerviosa en el interior un mechero y cuando sus dedos tocan el papiro una quemazón fluye desde ellos hasta su mente. En ella se registran imágenes de un pasado que no recuerda haber vivido y comprende que ha de quemar esos símbolos. El papiro prende y al tiempo el agujero de la pared se cierra y con él todo en su vida vuelve a estar en orden.
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[1] El Gran Verde es como llamaban los antiguos egipcios al mar Mediterráneo.
[2] Los antiguos egipcios no disponían de moneda. Sí en cambio conocían el metal y era muy valorado entre ellos.
[3] Los egipcios no conocían el dinero y usaban el trueque. Empleaban como referencia de peso el deben. Aunque varió a través de la historia, su valor en este relato es: 1 quite = 9 g, 10 quites = 90 g , 1 deben = 10 quites.
[4] La palabra nomo hacía alusión a la división política de Egipto en provincias. Cada provincia era un nomo.
[5] Kemet es la palabra con la que los antiguos egipcios designaron a su país. Significa “La tierra negra”, aludiendo al color del limo arrastrado por las aguas del Nilo en las inundaciones.

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Comentarios

  1. Éste es el relato con el que participé en el Concurso Fantasía-Ciencia Ficción organizado por El Cuentacuentos. Bien mirado, no encaja en la idea original que yo tenía, ni quizá con el carácter del concurso, pero no me disgusta. En un principio tenía previsto no publicarlo, pero bueno... dado que no escribo un post aquí desde hace algún tiempo, me parecía una buena manera de romper ese silencio.

    Desde aquí doy mi más sincera enhorabuena a la merecida ganadora: Sara. De verdad que su relato era formidable. Cualquiera de los finalistas merecía ganar, de todos modos, porque la calidad era inmejorable. ¡Enhorabuena a todos!

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  2. Hola,
    Muy bueno tu blog, se nota que lo trabajas, eres buen escritor...
    Desde mi modesta opinión, tienes talento.
    Seguiré visitándote,
    Un beso.
    ^^Lisa^^

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  3. Anónimo1/3/09 08:01

    Me ha gustado y sorprendido mucho el relato. Esa posibilidad de vidas pasadas, de maldiciones, de enigmas,... Egipto.
    Por cierto, me parece muy chulo el nuevo "look" del blog.
    Mo

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  4. no se si se adaptaba o no a lo que pedia el concurso, pero el texto es muy original, siempre suele suceder que no termina de salirnos como teniamos pensado, pero escribes muy bien me pase hace unos dias yme gusto mucho tu blog he decidido quedarme...besos

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  5. Sechat, hola. Seguro que estás disfrutando enormemente en el taller literario. Me encanta que toques tantos palos literarios. Es de admirar la valentía con la que investigas y te sumerges, sin esperar nada, sólo crecer día a día en tu mundo de letras. Un beso fuerte.

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  6. Sinceramente, me ha encantado. Tiene esa magia que sólo Egipto posee, y si no te importa, le enseñaré tu relato a una persona que conozco que seguro que le encantará.

    Y no te preocupes guapa, yo tengo un tiempo que tampoco puedo entrar mucho, por eso casi no actualizo ni puedo leer a la gente, pero en cuanto saque un ratito me pondré a ello.

    Espero que te esté yendo genial con el taller de escritura.

    ¡Un saludo!

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  7. Pues te agradezco que lo compartas publicándolo porque me ha gustado mucho. Más si cabe al ser narrativa histórica,y no exenta del género fantástico,por lo que encaja con la temática del concurso,a mi parecer.
    Muy buena la documentación así como la atmósfera que logras crear de la época,en donde el asirio aún sobrevivía :)
    La puerta que se abre entre los tiempos,el poder oculto en aquel papiro y sobre todo como podemos en esta época llegar a hacer civilizada a sociedades ancestrales frente a la violencia actual dan forma a un gran relato.
    Un abrazo!

    *Si que tenía que ver la librería ;)

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  8. ¡Jo, muchas gracias a todos por la visita y las palabras! Echo cada vez más en falta todo esto... Se me va a hacer muy cuesta arriba lo del taller, si no consigo escribir algo aunque sea pequeñito para El Cuentacuentos. Para el 11M preparé algo hace tiempo y lo tengo programado para ese día, pero no es lo mismo...

    Lisa: muchas, muchas gracias y muy, muy bienvenida a este rincón. Espero que ese ojo de un vistazo definitvo y opte por quedarse. Será un placer tenerte por aquí.

    Radamanth: gracias por los elogios, tu visita y tu huella plasmada en palabras y por supuesto sé bienvenido/a.

    Ninive: estoy deseando leer el que tú enviaste al concurso, aunque pensé que podía ser uno de los finalistas, veo que me equivoqué. En fin, espero impaciente.

    Dama Blanca: siempre será un placer ver el azul celeste de tu ojo por este mundo y leer lo que escribas.

    Ananda Nilayan: si hubiera un premio a la fidelidad, sin duda te lo entregaría a tí. Gracias porque son comentarios como el tuyo los que me animan en los momentos más flojos y me enseñan en los buenos.

    Mo: eres y serás siempre mi mejor amiga y lo sabes, pero esta vez tengo que darte un pequeño tirón de orejas (el look no es nuevo, lleva meses con esta imagen). Sé que estás muy liada y bueno siempre lees mis escritos a pesar de la distancia, así que no es ningún reproche sino una guasa o.k? Besotes enormes a ti y a tu medio cítrico.

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