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NADA QUE VER CON HALLOWEEN

Frase de Brian para El Cuentacuentos :"Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí".

(Dedicado a mi amiga Mónica, anticipándome a su cumpleaños: Te veo en unos días, loca).


Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. Se despabiló aturdido. Miró a su alrededor inquieto; el resto de sus compañeros sentían el mismo miedo que a él le atemorizaba, a juzgar por sus rostros desencajados y los sollozos entrecortados que se escuchaban de vez en cuando.

Todo un elenco de seres de lo más variopinto se había reunido en el hall del banco sembrando el terror. El cabecilla del peculiar grupo era precisamente el dinosaurio. No se trataba de gente disfrazada celebrando de forma tardía la noche de Halloween, sino de auténticas momias, vampiros, dinosaurios, hombres lobo, alienígenas... que habían elegido la sede central del Banco Intercontinental para dar el gran golpe. "¡Ojalá esto fuese una pesadilla o una de esas películas absurdas que prohibió el gobierno hace lustros!", pensó para sí.

Miró de reojo la galleta de dinosaurio que llevaba guardada en la chaqueta de su traje, y que su hijo de cuatro años le había regalado con toda la ilusión del mundo esa misma mañana diciéndole: “Para que te acuerdes de mí en el trabajo, papá”. Una lágrima huérfana resbaló por sus mejillas. “Siempre me acuerdo de ti y de mamá, cariño”, le había respondido él. Cosa del todo cierta, pero aquella lágrima no era por ese recuerdo, sino por la soledad que se dibujaba ante sí, en las presentes circunstancias. Aún no había fallecido nadie, pero había varios heridos. El vigilante de seguridad que había intentado franquearles el paso en la puerta giratoria era quien peor malparado había quedado. El zarpazo del dinosaurio había desgarrado su brazo derecho a la altura del codo como si de la envoltura de un caramelo se tratase. El hombre estaba aún tendido en el suelo, medio desangrado y con convulsiones y espasmos que por momentos le sumían en una especie de sopor cercano a la muerte. Estaba febril sin duda y eso podía ser indicio de infección, pero nadie podía hacer nada por él.

Por momentos el pesimismo le invadía y se dibujaba en su rostro. Sabía que idénticos pensamientos volaban por las cabezas de todos los presentes. Aquellos seres no estaban allí por casualidad. Estaban respondiendo al alarde que dos días antes había hecho el gobernador sobre lo inexpugnable del edificio. Él había lanzado el órdago y ellos le habían declarado la guerra sin dilación. Muchos de los ciudadanos habían desaprobado (en privado) el discurso, por considerarlo una provocación a los planetas del Sistema que habían quedado excluidos de la última unificación interplanetaria, y ahora estaban él y sus compañeros, humildes trabajadores, jugándose la vida por las imprudentes palabras de uno de los hombres más poderosos del universo, al que no le importaban lo más mínimo las vidas de los escuálidos empleados de la sede central del banco del que era principal accionista. Además todos eran humanos: “una auténtica lacra social”, como había dejado entrever alguna vez en círculos políticos. Unas desafortunadas declaraciones que en su día a punto estuvieron de costarle el destierro, pero que hábilmente pudo reconducir para que todo quedase reducido a una cuantiosa multa.

Miró inquieto su reloj de nebulosas e hizo cálculos de qué estarían haciendo su mujer y su hijo, en esos momentos de visita en casa de los padres de ella en la nueva colonia a 13500 años-luz de distancia. Era consciente de la gravedad del asunto: los que estaban viviendo aquella situación extrema, se hallaban en el punto más alejado del planeta y además desde varios días se venían detectando problemas en las comunicaciones de aquella región, es decir, estaban totalmente aislados del exterior. A ello había que añadir el tiempo ya transcurrido y que daba pie a una amenaza latente: si en diez horas (llevaban ya cerca de siete) nadie anulaba el sistema de seguridad la torre se autodestruiría con todos en su interior; ése era el gran e innovador sistema del que había hablado el gobernador y sobre el que incluso había llegado a bromear, retando a cualquiera a que intentase penetrar en el inmueble; en caso de asalto las entradas quedaban selladas y sólo podrían salir si el sistema de regulación interna se anulaba, para ello hacía falta la orden del propio gobernador o de las autoridades: quien entraba por la fuerza no podría abandonarlo sin más. Todo jugaba en su contra pues estaban en un planeta-funcional y por tanto inhabitado: uno de esos planetas-trabajo que se habían ido colonizando por parte de las grandes empresas para que éstas montasen sus negocios al margen de las pequeñas sucursales que se podían encontrar en el resto de los planetas, creciendo sin medida en enormes edificios flotantes, terrestres o subterráneos; todo valía en pro de las ganancias de unos pocos. El último trasbordador que hacía la ruta interplanetaria diaria para acercar a los trabajadores del sector a sus respectivos planetas, partiría en unos diez minutos y siendo sábado las cosas se complicaban, pues el toque de queda se adelantaba dos horas y eso impedía movimientos en la superficie terrestre de cada planeta más allá de las nueve y media de la noche. Lo cual ralentizaría el protocolo de rescate haciéndolo inservible para cuando estuviesen operativos.
(***)
El gobernador, un autócrata orgulloso, se divertía en su despacho desmenuzando con sus enormes puños unas piedras de río, mientras escuchaba los jadeos de quienes fornicaban, una vez más presionados por el chantaje, en la sala contigua a petición suya. Siempre había sido un depravado, pero mientras a otros aquellas conductas les llevaban a la cárcel, a él le reportaban suculentos contratos y negociaciones a cambio de que sus perversiones no salieran a la luz pública. Siempre fue un gran jugador y sabía cómo usar sus cartas.

Su último golpe maestro estaba a punto de tener lugar en cuestión de horas. En el interior de la sede principal de su querido Banco Intercontinental. Nadie sospecharía que el artífice del supuesto secuestro era él. Se había cuidado muy mucho de divulgar su amor casi enfermizo por aquel enorme rascacielos y la titularidad del seguro no figuraba a su nombre, sino al de su esposa (fallecida hacía años, hecho que había mantenido oculto durante todo ese tiempo). El plan resultaba perfecto: indemnizaría con la ridícula cantidad que establecía la ley, a los familiares de los muertos; presidiría las exequias y acto seguido desaparecería del panorama público paulatinamente, para adoptar el aspecto de cualquiera de las otras especies inteligentes que habitaban el Sistema. Los laboratorios especializados en genética que tenía en su satélite privado, habían dado excelentes resultados con todos aquellos engendros de la naturaleza, en forma de momias, vampiros y demás que habían asaltado el banco y él los probaría consigo mismo.

La siguiente fase del plan tendría que aguardar unos años, pero era la más interesante. A partir de los datos recabados en ese lapso de tiempo, desde la destrucción del prestigioso edificio hasta la segunda parte del plan, iría eliminando poco a poco y bajo la apariencia de pequeños accidentes o sucesos incontrolados a los varones humanos. La idea de implantar en las galletas con forma de dinosaurio para niños, esa sustancia de seguimiento que superaba sin problemas los controles de calidad más exhaustivos, lograría por un lado ubicar en cada momento el punto exacto del Sistema solar en que estuviesen esos niños o adultos facilitando su labor de exterminio y por otro el de identificar a las hembras de la especie y usarlas como esclavas para la procreación. Aplicaría en ellas los diversos avances en las técnicas de fecundación y reduciría los nueve meses de gestación a la mitad, a fin de aumentar el número de nacimientos. Nacería así una nueva raza de la que él sería el padre y con ella dominaría el universo.

Nunca pudo soportar que le rechazasen de joven tres mujeres a las que había manifestado sus sentimientos. Eran sin duda las hembras más atractivas de todas las especies, pero él no había nacido para ser rechazado y menos por una mujer.
(***)
Gotas de un sudor congelado perlaban sus rostros. Si en seis minutos nadie conseguía derrocar al ordenador central, la deflagración tendría lugar con ellos dentro. Los sollozos de los primeros minutos de cautiverio ahora eran auténticos lloros; la mayoría se abrazaba a quien tenía al lado, presa del pánico general; había quienes rezaban, pues no había riesgo de ser denunciados por aquella práctica (ilegal desde la primera unificación) cuando estaban a punto de fallecer irremediablemente sin que las autoridades pudiesen evitarlo; otros corrían desesperados arremetiendo contra los captores y acababan golpeados brutalmente por alguno de estos, mordidos o lo que era peor: muertos antes de la explosión final, en un macabro aviso de lo que les iba a suceder a todos.
(***)
Arrojó asqueado el libro sobre la cama. Se lo había recomendado uno de sus mejores amigos, pero aquello era sin duda peor que los cuentos para niños. ¿Quién se iba a creer aquella estupidez de dinosaurios, vampiros y otras especies viajando de planeta en planeta? Ni siquiera un estúpido adolescente creería aquellas patrañas. Abandonó su cama y sacó un par de piedras del acuario que tenía sobre su escritorio estudiantil. Las pulverizó con asombrosa facilidad. Siempre había tenido unos puños poderosos y una fuerza asombrosa, pero entre las mujeres nunca había tenido demasiado éxito. Recientemente una compañera de facultad le había rechazado… Se rió con un sonido gutural como enloquecido mientras pensaba: “¿De qué me suenan lo de las piedras de río y lo del fracaso con las mujeres?”

Comentarios

  1. Tienes una imaginación privilegiada.
    Enhorabuena.

    Saludos.

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  2. Imaginación no creo, es la pereza que me juega estas malas pasadas. Si no escribo la historia el mismo día que la ideo, me suelen salir estas ocurrencias un tanto estrafalarias y extremadamente largas. Un secretillo, a raíz de tu comentario me he puesto a releer y he caído en un enorme gazapo... Me apetecía poner que estaba maniatado, pero lo del reloj de nebulosas quedaba bien y ambos eran incompatibles (ji, ji). Un abrazo.

    P.D.: Que tú me digas lo de la imaginación... Te conozco desde hace poco, pero pienso que pocos pueden sacar tanto partido a una frase como tú y dar tantos giros a una misma historia en un corto espacio.

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  3. Tremendo lo que ha salido de la fraase del cuentacuentos!! eres una crack!! que facilidad para escribirrrrrrrrr,ademas la historia larga, y engancha, eh :P me ha encantado!!! bsitos a miles!

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  4. Tremendo lo que has salido de la frase, q facilidad para escribir...engancha, que lo sepas!! bsotes a miles ^^

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  5. Gracias Anni_Dark: creo que te has excedido un poco con el entusiasmo, pero se te agradece. Un beso.

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  6. No hay limites de espacio ni de tiempo para ti al escribir.
    Desde unos versos a un gran relato, desde la concentración a la espontaneidad, desde un pueblín norteño a la inmensidad de una galaxia.
    Me ha encantado el resultado de tus "ocurrencias" :) apostando a que desconocías el final antes de llegar a el.

    Un abrazo

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  7. Carlos: Acertaste el final salió por sí mismo y para mí resultó inesperado. A veces las historias cobran vida propia y se trazan a sí mismas, siendo yo una mera interlocutora que las plasma en el papel o en este caso en la pantalla. Un abrazo.

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  8. ¡¡¡MUCHAS GRACIAS!!!
    Sí que lo había leido, pero no llegó o no leí la dedicatoria.

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  9. Muy imaginativo y raro, y como yo también soy algo rara me ha gustado mucho.
    Es interesante la posibilidad de leer algo que a puede ser el futuro: ¿dejarías que ocurriera lo que el "destino" ya tiene escrito? ¿o intentarías cambiarlo de alguna manera? Uno de esos dilemas que atormenta a la humanidad desde que alguien se le ocurrió aquello del
    "destino".
    Besos desde Fuenla
    Gracias por la visita, ha sido todo un regalazo.

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  10. Moni: gracias a ti por invitarnos y por ser así como eres. Cuidáos mucho. Os quiero un montón.

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