Don Germán era un hombre poderoso y multimillonario. Un hombre en la cumbre de las finanzas, pero harto de la falta de impresiones fuertes en su vida. Por eso, cuando su buen amigo el marqués le habló de aquella sastrería; aparcó sus reticencias a un lado y se dirigió hacia la tienda. Situada en la esquina de un edificio medio destartalado, al final de una pequeña arcada, vestigio incorrupto del origen romano de la ciudad, parecía cualquier cosa menos un sitio elegante acorde a la posición de los compradores que hasta allí se acercaban. No obstante, Germán se tomó aquello como un juego y golpeó enérgicamente la aldaba de la puerta: tres golpes de igual duración e intensidad, tal y como le previno el señor marqués que debía hacer.
La puerta se abrió casi de inmediato con un chirrido, pero no había nadie tras ella. Desde algún punto al fondo del almacén una vocecilla masculina y de edad indefinida invitaba al recién llegado a que pasara. Dentro olía a cuero, a polvo y a telas, pero no había nada de todo aquello a la vista. Estantes de madera maciza cubrían las paredes de arriba a abajo, totalmente vacíos y sin una mota de polvo visible. A la derecha de la estancia había un enorme mostrador de madera lustrosa y brillante, con una repisa de mármol blanco y gris, a escasos metros a la derecha de aquél, una escalera de caracol con madera lacada en blanco ascendía al piso superior. Sobre la repisa del mostrador una antigua máquina registradora, de color verdusco y enteramente de hierro (parecía impensable que aún funcionara) era el único objeto a la vista que recordaba al visitante la clase de recinto en que se encontraba.
No había rastro de butacas, mesas ni sillas donde los ilustres clientes pudieran acomodarse o tan siquiera un colgador donde colocar el abrigo, por lo que se vio forzado a sujetarlo entre sus brazos. Tan sólo el tic tac del reloj de pared situado sobre el arco de la puerta de entrada que sonaba insistentemente en penitencia, marcaba el paso de un tiempo que en aquel lugar parecía suspendido, dando a entender que aquel insólito mausoleo mercantil no estaba enteramente abandonado.
Germán no se percató de la llegada del pequeño sastre y se sobresaltó cuando la diminuta figura carraspeó a escasos pasos frente a él. No hicieron falta presentaciones. El hombrecillo de largas y canosas patillas decimonónicas con vestimenta de la misma época, se acercó a don Germán sin preámbulo alguno y comenzó a tomarle medidas. Debido a la alta estatura del millonario, el sastrecillo se vio obligado a encaramarse a una escalera de tijera que apareció de la nada. Cada cual absorto en sus pensamientos, no intercambiaron palabra alguna hasta transcurridos unos minutos. Justo al tiempo de haber acabado el sastre con su tarea, don Germán manifestó su deseo de ver algunas de aquellas camisas de las que tan bien le habían hablado, pero el modisto argumentó que se trataba de piezas únicas y que nunca permitía que alguien ajeno al propio comprador las viese en sus dependencias; con lo cual el cliente no se atrevió a contradecir al diseñador. Tanto secretismo le desconcertaba un poco, pero debía admitir que en ello radicaba parte del encanto de aquella experiencia que le habían dicho cambiaría su vida. Había algo divertido en todo aquello, por más que en el fondo no llegase a comprender aquel entusiasmo desmedido por parte del marqués animándole a que diera el paso de adquirir una camisa en aquel sitio, al fin y al cabo ¿en qué podría cambiarle la vida una simple camisa?, como tampoco entendía la insistencia por parte de aquél en que hiciera la visita solo y que se llegara hasta allí a pie. Pero ya no había vuelta atrás. Si todo aquello era parte de una estafa ya se vería. Así que tampoco protestó por la pequeña fortuna que le supuso aquel capricho camisero. Todo aquello no dejaba de ser para él una extravagante aventura que rompía su rutina. Pronto la recordaría como una graciosa anécdota, sin duda.
El elegante comprador sacó el talonario del bolsillo interior de la chaqueta gris perla de su impecable traje y extendió un cheque al modisto, con una cantidad de cinco cifras. Éste hizo uso de la máquina registradora marcando en el teclado, la misma cifra en euros que figuraba en el cheque, y la antigualla abrió su único cajón emitiendo un ticket de papel blanco perfectamente legible que el hombrecillo entregó a su cliente. Don Germán leyó el papel tratando de descubrir algún detalle sobre la entrega de su encargo y obtuvo su respuesta: bajo el importe de compra, una nota en tinta azul avisaba al visitante de que transcurrida una semana desde su paso por la sastrería, a la medianoche, le entregarían personalmente a domicilio su pedido. Desconcertado quiso recordar al vendedor que no había facilitado datos personales y que, por tanto, se trataba de un doble error, pues la hora de entrega tampoco resultaba la más adecuada. Sin embargo le fue imposible, puesto que tras el mostrador ya no había nadie y la estancia al completo estaba ya casi en penumbra. Decidió marcharse, aunque convencido de que pasado el plazo tendría que regresar a allí para reclamar su camisa.
En el transcurso de unas horas, todo aquel asunto se convirtió para él en una obsesión. Obstinado como pocos por su condición de hombre de negocios, trató tanto a pie como en coche, solo o acompañado, durante los días siguientes, de llegar hasta aquel almacén para aclarar el error, pero siempre volvía sobre sus pasos, incapaz de recordar la dirección exacta o de encontrar el arco de los soportales que anunciaban la llegada al deteriorado edificio en que se emplazaba la tienda. Llegó a pensar que una extraña maldición se cernía sobre su persona impidiendo su regreso a aquel lugar y ello acrecentaba sus sospechas de que había sido víctima de un timo. Orgulloso no se atrevía a admitir su ingenuidad ante el bromista marqués y prefirió guardar silencio sobre aquel tema ante él.
Al filo de la medianoche del séptimo día, estando en su despacho junto a la chimenea, leyendo una de sus novelas favoritas, alguien llamó a la puerta de entrada. La ceniza de uno de sus habanos caía impasible en el cenicero de la mesilla, muy cerca de la copa de brandy que acostumbraba a tomar cada noche antes de acostarse. El personal del servicio hacía tiempo que se había retirado a sus habitaciones o que disfrutaba de su día libre a petición de don Germán, por lo que tuvo que ser éste quien se personara en la recepción de la casa para comprobar quién era el que tan tarde acudía a su hogar. No percibió nada inusual, aunque no le agradó comprobar que los interruptores de la luz no respondían, así que tuvo que atravesar el corredor a oscuras. Una vez junto a la puerta, a través de la mirilla no vio a nadie y eso le inquietó aún más. Aguardó irritado por unos instantes, antes de regresar a su despacho a por una linterna, y considerando todo aquello como algún tipo de broma. Tardó apenas unos segundos en reaccionar al olor a cuero, polvo y telas que tanto le había sorprendido días antes. Esta vez más que cautivado por esa mezcla aromática se sintió perturbado y asustado. Cuando se giró fue demasiado tarde. Había alguien más con él en ese rincón de la casa. Escuchó el ruido de cadenas. Un golpe seco le derribó.
(***)
FICHA DE INGRESO:
Nombre: Germán.
Apellidos: Salgado De la Torre.
Edad: 45 años.
Estado Civil: Soltero.
Nacionalidad: española.
Historial:
La madrugada del pasado 1 de noviembre del 2011, el paciente fue ingresado en nuestro sanatorio a petición de su acompañante, el señor Pierre Gallimard. El sujeto venía enfundado en una camisa de fuerza con la que permanece casi de forma constante a fin de evitar que su fuerza incontrolada se vuelva contra él o sus cuidadores. A la hora en que se produjo el ingreso el individuo presentaba mirada extraviada y balbuceaba palabras y frases inconexas. Se descartó de inmediato que se pudieran deber a la contusión de su sien izquierda (herida reciente con varios puntos de sutura). Estaba aterrado y no dejaba de llorar como un niño.
No consta en ningún hospital, residencia o institución psiquiátrica, informe alguno sobre el individuo. No existen antecedentes familiares de enfermedad mental. Tampoco se ha podido localizar el lugar en que se le socorrió tras el golpe, antes de ser desplazado hasta nuestro centro. El único visitante que acude semanalmente para ver su evolución, no guarda parentesco alguno con el paciente. Nadie ha reclamado tampoco relación filial o de amistad con él. Inexplicablemente el paciente se muestra muy alterado en cuanto recibe visitas y no deja de gritar aterrado las frases: "¡aléjenme del sastre!" y "¡Quítenme la camisa!", hasta que queda afónico.
Sintomatología y tratamiento:
- Episodios de distorsión de la realidad: cree percibir olores inexistentes a polvo, cuero y tela que le excitan y sobresaltan, tornándole violento. Asevera con firmeza ser multimillonario y amolda su lenguaje y habla al de las clases sociales altas.
- En su día a día se alternan momentos de calma y claridad de ideas con otros de inusitada y violenta actividad. Estos últimos casi siempre coincidiendo con el período de visitas. Estamos estudiando la posibilidad de espaciar estos encuentros.
- En múltiples ocasiones se le ha descubierto hablando solo. Al interrogarle sobre ese hábito nos ha contestado que estaba conversando con su amigo el marqués. Hemos indagado y no existe tal personaje. Se trata por tanto de una creación de su mente
- Le aterra la oscuridad y durante el descanso nocturno y la siesta, ha de permanecer vigilado y monitorizado.
- Durante los talleres y actividades apenas interactúa con otros pacientes a los que tilda de desahuciados. Desconfía además del equipo médico que le atiende.
- Permanece por ahora, recluido en una celda de aislamiento, durante la mayor parte del tiempo.
- No responde aún a los fármacos. El equipo médico confía en dar en pocos meses con la dosis apropiada, aunque se desestima que una vez conseguido eso pueda regresar a su entorno habitual de forma inmediata o pueda integrarse paulatinamente.
Te invito a que pasees por las letras de mi otro blog:
www.cuentosrecienhorneados.blogspot.com
Sechat, me ha intrigado la historia desde el principio. Mantiene el suspense y al final te quedas pensando: coño con el sastre, qué cabrón!!! (uuyyy, palabrotera estoy)
ResponderEliminarBuenísimo relato :D
Besos
Gracias, Ananda, mi idea original era hacer un micro, pero me resultó imposible. En cuanto me puse a escribir la historia lo supe ;). Me agrada saber que te ha gustado. Para ser un relato improvisado no está nada mal je, je.
ResponderEliminarEmpezaba a estar preocupada, llevaba casi un mes incapaz de leer y escribir nada. Este relato me ha quitado un poco esa espinita. Besotes.
A veces ocurre, historias que sin saber muy bien por qué se escriben ellas solas, como si fluyesen de los dedos. Relato lleno de interrogantes que le dejan a uno con ganas de seguir comprando en los grandes almacenes.
ResponderEliminarUn abrazo a medida
NinoCactus:
ResponderEliminarmucho me temo que da igual si te tiene que pasar algo así te sucede independientemente de donde realices la compra je, je. Un abrazo a ti también.