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Mostrando entradas de septiembre, 2010

SIN RESERVAS

Ni sé cuánto lleva esto escrito dando vueltas y más vueltas. En fin, me decido a publicarlo, aunque con ciertas reservas, porque es muy personal, pero bueno aquí lo dejo para quien quiera leerlo. Dedicado a... El silencio resulta irritante la mirada inservible y te sigo negando un abrazo o una palabra amable que rompa mi pose de fingida frialdad. Mientras tanto  el tiempo se agota... me agota,  me asfixia, me aterra... me duele. Porque mi balanza del amor está descompensada  desde que recuerdo, y el último tren partió hace años de mi andén  en otra vida que ya no me pertenece. Una vida de la que salí cuando tú viniste a mi encuentro y rescataste mis huesos de aquel infierno sin que yo supiera  que lo hacías. Antes era otro el que movía mis sueños, mis deseos, pero la película siempre acaba del mismo modo: cada uno por su lado, como amigos por un tiempo, demasiado escaso para mi gusto.  Y transcurrido ese

MIS PRIMEROS PASOS HACIENDO HAIKUS

Soy consciente de la falta de calidad estilística de estos Haikus, pero procuro aprender un poco cada día y estos son pequeños ensayos que hago por el camino. Llevan escritos casi un mes, pero me daba vergüenza rescatarlos... Al final no he podido negarme a ello, pues era eso o tirarlos definitivamente, y opté por programar con mucha anticipación esta entrada (de ahí las altas horas de la madrugada en que se publica) y así tener más margen para pensar sobre ello y tomar una decisión u otra. 002 Rana saltando caballito del diablo ciclo de vida. 003 Rosa perfecta laberinto salvaje tu boca riendo. 004 Hoja salvaje abandona la rama ocre vestida. 005 El sol ardiente adormece la mosca rompe la calma. 006 El muro estéril enredadera verde lo resucita.

BALADA TRISTE DE UNA MUÑECA

Paseando de nuevo por Ocio Zero me he animado a participar en el reto número 9: se pedía incluir en un relato de entre 500 y 1500 palabras los elementos que aparecen resaltados. BALADA TRISTE DE UNA MUÑECA Aquel hombre gordo con sonrisa de dientes retorcidos que le doblaba la edad y le hacía tan torpemente el amor amenazándola a menudo con un puñetazo o una colilla encendida, había abierto a Sandra la visión de un mundo aterrador al que no estaba acostumbrada en absoluto. La furia de aquellos encuentros salvajes la había pagado con creces y todo a su alrededor parecía teñido de cierto pesimismo: su queridísimo gato Micifut había quedado ciego tras ser arrojado contra una de las paredes en uno de los arrebatos del seboso que Sandra tenía por marido; en una de tantas ocasiones la mesita favorita de Sandra, un regalo de bodas que le hizo su abuela, había quedado coja y trastabillaba cada vez que se la movía unos milímetros de la pared contra la que estaba apoyada, aun así ella pref