Para El Cuentacuentos en esta ocasión se nos pide que usemos tres frases de los relatos de la semana pasada de otros compañeros. En mi texto están subrayadas. La primera de ellas de Ninive, la segunda pertenece a Wannea y la última de las seleccionadas es de Juan Luis Galán. No dejéis de leer sus blogs...
Me intrigó
muchísimo aquel anuncio tan peculiar. Hacía mucho que no asistía a la
presentación de un libro, y el autor siempre me había brindado buenos momentos
de entretenimiento, así que no quise dejar pasar la oportunidad.
Cuando llegamos la sala estaba abarrotada de gente. Entre los
corrillos descubrí emocionada algún que otro personaje popular, y di unos
cuantos codazos a mi amiga, atontada por la ilusión de compartir espacio con
actores, actrices, alcaldes y ministros.
Unos trompetines rompieron de manera divertida todas las
conversaciones. Por una de las puertas laterales que, hasta entonces había pasado
desapercibida para la mayoría, unos hombres con el musculoso torso al descubierto
portaban en un elegante palanquín de madera labrada la silueta enmascarada de
quien supusimos que era el autor.
Como si ésa fuera la señal acordada, en absoluto silencio,
interrumpido solo por algunas risas, los asistentes se acomodaron en sillas,
sofás, butacas, banquetas, divanes o confidentes, dispersos sin orden ni
concierto por toda la estancia, la sensación era como la de estar dentro de un
cuadro de Dalí. Creo que cuando el autor descendió todos abrimos
exageradamente los ojos. Fui consciente de ello, cuando por toda respuesta a esa
admiración reverencial que había suscitado en nosotros, el escritor abrió
los suyos también de forma desmesurada. De nuevo hubo risas entre los espectadores.
El frío, el calor, la noche, el día,
la primavera, el verano, la vida y la muerte… ¡Todo tenía cabida en la
maravillosa locura de aquella presentación! Mientras en un rincón se podía apreciar el exuberante verdor de la selva, con maravillosas aves del paraíso, guacamayos y todo tipo de plantas exóticas; a pocos pasos uno podía vivir la belleza del silencio del desierto y experimentar una tormenta de arena. Resultaba mágico. El autor, ajeno a cada pequeña realidad climática, vagaba bailando entre los
asistentes, clamando versos inescrutables a voz en grito que provocaban
risotadas y protestas, para luego proseguir con susurros inaudibles. Su voz tenía un poder de atracción que atrapaba a los oyentes y rara vez nos despistaban los rugidos de las fieras, los aullidos de los lobos, o el frío de Siberia que atería nuestros cuerpos. Creo que pocas personas pueden alardear de tener esa capacidad. Tal vez por eso, queriendo demostrar su poder sobre nuestras voluntades, el autor interrumpió sus requiebros amorosos de improviso y comenzó la lectura del primer capítulo de su nueva novela con tal presteza que a todos nos pareció una feliz casualidad o un pequeño accidente:
«La dra. Wannea pasea su mirada, con los ojos entrecerrados, sobre
la irregular y blanda superficie del cadáver. A pesar de su dilatada
experiencia un fuerte sentimiento de repulsa hacia el fallecido le provoca nauseas.
Según comprueba horrorizada, la rigidez post mortem queda relegada a un segundo
plano a causa de los muchos recodos que dibujan
olas de grasa en el mar del brazo al pobre infeliz. Por un momento, una
sonrisilla socarrona asoma insolente a la comisura de sus labios, burlándose de
las dimensiones del finado.
»Por más que trata de hacer memoria, nunca ha visto un cadáver tan
grotesco como aquel. Más le valdría haber nacido simio o hiena que pertenecer a
la raza humana con tal carga de grasa en un cuerpo tan pequeño.
»“Quizá eso le hubiera librado de la pérdida del otro brazo y de
la práctica totalidad del torso y las piernas a dentelladas”, piensa con poca
ética profesional».
Las primeras risillas avisaron a los más alejados de que algo sucedía. Algunos se pusieron en pie intrigados, otros alargaban sus cuellos tratando de descubrir qué nuevo y delicioso disparate había provocado la hilaridad. Bastó con echar un vistazo fugaz al autor para comprender lo que pasaba: una mosca persiguía de forma
insistente al autor. Por varios segundos éste interrumpió la lectura y ante
nuestros ojos, el juego y la diversión volvieron a imperar en aquel salón.
Nadie podía contener las carcajadas ante la cómica escena del hombre perseguido por una mosca de lo más persistente, incluso por debajo de las mesas. Definitivamente
aquello era de locos. Por un momento, ambos contendientes se batieron en duelo,
como fieros espadachines, hasta que al final el más grande, para defender su
territorio y demandar silencio, con un golpe ágil aplastó al insecto entre las
páginas de su libro, en una última estocada. De inmediato, como si nada de
aquello hubiera sucedido volvió a su rincón favorito y retomó la lectura.
Ni siquiera se molestó en releer las líneas precedentes que sin duda, todos
habíamos olvidado ya, ni dio margen a la ovación general. Simplemente abrió de nuevo las páginas y su voz poseyó de nuevo la sala:
«Continúa durante unos minutos más, observando minuciosamente los
restos humanos que han llegado al depósito esa tarde. Pues de eso se trata, de
una macabra exposición de músculos, vísceras y huesos al descubierto, sin
apenas carne que los recubra. Todo ello en una figura demasiado pequeña. Tras
media hora de severo escrutinio, la doctora comienza a sudar copiosamente, por
el disgusto que le provoca la tarea a la que está encomendada en esos instantes.
Le resulta infame tratar de disfrutar de la belleza serena de los acordes de
Chaikovski, como hilo musical de fondo, examinando de forma tan minuciosa un
cuerpo tan feo y aberrante.
»Decide hacer un pequeño receso. Posa con cuidado pinzas, bisturí
y gasas sobre la bandeja metálica, y arroja a la papelera el fino par de guantes
que acaba de emplear. Se encamina al aseo contiguo, y tras lavarse las manos
con el desinfectante, contempla su imagen en el espejo. Ante ella aparece su
propio rostro, pero a duras penas lo reconoce como suyo. Quien la observa
desde el espejo está demasiado cansada, ojerosa por la falta de horas de sueño
reparador. A varios metros tras su imagen especular cree intuir una sombra que
se desliza sigilosa. Un escalofrío recorre todo su cuerpo de arriba abajo…
¿Puede ser posible? Se gira bruscamente, pero no encuentra nada inusual.
»Está ella sola en la planta. Es impensable que se trate de alguno
de sus ayudantes.
»Tras salir del baño recorre la sala, nerviosa, comprobando
puertas y ventanas. Incluso vocea llamando a Emilio, el viejo celador, por si
hubiera abandonado su puesto en la primera planta y hubiera decidido bajar al
sótano. Nadie responde. Regresa sobre sus pasos y descubre en el suelo, muy
cerca de la camilla una bola de papel. La recoge inquieta. El paquete, en
realidad se trata de varias hojas superpuestas de un mismo libro, contiene la
mandíbula completa de un adulto. La luz se hace en su mente… «¿Y si…?»
»Sus sospechas quedan confirmadas. La pieza dental encaja
perfectamente en el interior de la boca del muerto. Maldice su despiste por no
haberse puesto de nuevo unos guantes y haber contaminado la prueba de manera
tan torpe. Enmienda su error de inmediato. A continuación retoma todo su
material y coge además una pequeña lámpara de rayos ultravioleta. Lo que descubre
no le agrada en absoluto: el propio asesino es a la vez la víctima.»
Hubo quien contuvo el aliento.Y creo que más de uno cerramos los
ojos, disfrutando de la intriga. Pero el autor dio por finalizada en ese punto
la lectura de su novela. Entonces el público enardecido comenzó a formar
cola para dirigirse al estrado a fin de conseguir un ejemplar firmado. Mientras
mi amiga y yo conversábamos aún en nuestras butacas lo interesante del argumento, aunque un poco decepcionadas: el espectáculo había sido irreverente y dinámico,
me atrevería a decir que desconcertantemente surrealista y osado, pero no lo
bastante para que dos fantasmas irrumpieran allí solicitando la firma del autor,
sin provocar desmayos.
Alaaaaaaaaaaaaaaaaa!!!! vengo de visita y me veo inmersa de lleno en el relato!! que fuerte, que fuerte, que fuerte, que poco profesional, yo trabajo en un laboratorio (aunque no forense) y siempre siempre siempre guantes!!! :P Me ha encantado, de verdad de la buena, suspense hasta ese final sumamente inesperado
ResponderEliminarbessos!
Gracias, Wannea, siempre es un placer que quien está al otro lado disfrute con la lectura. Espero que no me dejéis sola esta semana, y aunque tarde escribáis algo cumpliendo esa propuesta.
EliminarUn abrazo.
Tus palabras son miradas que recorren el jardín de las delicias de un cuento, de un cuento que nace, que crece y se hace mayor, que viaja, cambia, conoce de las agresiones y emociones, de las risas y de la muerte, de la fantasía y de la realidad que no cree en ella, pero por fortuna ese cuento no ha perdido ni un ápice de su capacidad de imaginar. ¡Imagina unos fantasmas!
ResponderEliminarMe alegra mucho volver aquí, y leerte de nuevo, y pasa el tiempo pero el encantamiento de tus relatos no. Un abrazo!!
Carlos, las palabras siempre buscan su camino. Echo de menos los blogs, pero el tiempo juega en contra. A ver si consigo poco a poco ponerme al día con vuestros sitios.
EliminarBesos.
P.D.: Espero que te animes y escribas algo para El Cuentacuentos con esta propuesta.