Había llegado ese día tan temido, mañana se apagaría el sol. No, para él desde luego, pero sí para aquellos que le habían encerrado en aquella maldita prisión. Había cumplido ya el total de su condena y durante la mañana del próximo día quedaría libre por fin. No podía evitar sentirse excitado como delataban sus propios pantalones. Ya saboreaba en su paladar el regusto de la venganza. Eran muchos años esperando ese momento. Quizá su cuerpo no contara ya con la agilidad de juventud, pero al menos había procurado mantenerse activo. En cambio, por lo poco que sabía de sus enemigos, la vida les había tratado demasiado bien y prominentes barrigas adornaban sus sebosos cuerpos; la vida despreocupada habría minado su salud sin duda. Sería fácil saldar cuentas (un hombre lúcido sabe que se puede acabar con alguien de muy diversas formas, sin necesidad de matarle). Adelantando acontecimientos arrancó la hoja del almanaque de la celda, y disfrutó de la visión de la nueva fecha que aparecí...