¿Han escuchado ustedes alguna vez a las cotorras hablar? No, no me refiero a los pájaros, familia de los loros, sino a las típicas que no paran de hablar y hablar y hablar y hablar… Y no, no se confundan; no se trata tampoco, de simples y meras cotillas. Quiero decir COTORRAS, así con mayúsculas. De ésas de lengua contundentemente entrenada, a fuerza de encadenar palabras y frases de forma infinita, sin dejar que nadie pueda dialogar con ellas, porque prefieren dilapidar a sus víctimas con su tenaz verborrea. Fíjense que hablo de ellas en femenino y no en masculino; no sólo porque nuestro querido idioma no admite más que ese género para esta palabra, sino por la exorbitada cantidad de imágenes de dos mujeres, que tengo como clientas en mi bar, y que plagan mi cabeza. Y es que es pensar en cotorras y no puedo espantarlas, ni exorcizarlas, que sería mejor en este caso, sin lugar a dudas. Pero ya me dirán ustedes cómo me las ingenio, con los tiempos que corren, para encontrar a un cura qu...