
Hassim tiene sólo siete años, pero en sus ojos ya se trasluce la pena por la muerte. No una sino la de muchos que se han ido quedando por el camino. Él es uno de los pocos afortunados que sobrevive aún al hambre y a la enfermedad aunque siempre le pasan muy cerca. Cualquier día puede ser él al que cualquier pequeña diarrea le arrebate la vida y esa sonrisa que no pierde, aunque cada vez le sale más tenue.
Está contento. Ha estado jugando con el amigo que hizo hace un par de soles (también los amigos por aquí escasean, porque la hambruna el cólera y otras tantas se llevan siempre a los mejores) y al que va a invitar hoy a comer. Además la alegría de este día no puede empañarla nada: antes de salir a jugar, ha visto que su madre les tenía preparada una rica sorpresa en la gran cazuela de barro… ¡sopa! Una estupenda sopa a base de agua, del pozo que tienen a cinco kilómetros, pero lo que es más importante de piedras, porque por allí hasta la tierra seca y yerma escasea. Sí, definitivamente se siente feliz, las piedras siempre conservan algún pequeño insecto en estado larvario y eso es un manjar que no todos se pueden permitir. Se sabe rico y no envidia para nada, la suerte de los que a ochocientos kilómetros de allí, al otro lado del mar, se quejan del calor sofocante que hace, mientras contemplan la vida desde la terraza de un bar.
Es dificil poder dormir al otro lado del mar, debería serlo, no ya por el calor sofocante, sino por la conciencia.
ResponderEliminarY sin embargo dormimos.
Con la esperanza de que cambie el mundo. Sueños,intenciones,vidas incluso entregadas.
Pero hay tanto que hacer.
A ochocientos kms o a 8 kms en el chabolario mas cercano.
Este artículo ya hace.
Un abrazo
Gracias Nínive, sólo pretendía hacer una pequeña protesta por una de tantas injusticias. Parece que los informativos se hacen eco de tantas desgracias que al final es como si estuviésemos viendo una película y pudiéramos olvidarnos de ellas en cuanto apaguemos la televisión.
ResponderEliminar