Ir al contenido principal

Muy personal: no vivas ni un instante así

No debería contar esto por aquí, pero lo necesito. El hecho de que me decida a ponerlo, a modo de confesión psicológica, es que un compañero se ha enterado del tema, a través de otros y me ha preguntado directamente sobre ello. Y el solo hecho de volver a rememorar todo y contarlo en voz alta, aunque le he contado una mínima parte, me ha revuelto hasta el estómago. Y ahora mismo estoy en un espiral que no sé cómo va a acabar. Y lo cuento, porque creo que quizá pueda ayudar a alguien.

Mi parte más analítica (la que me domina casi siempre) me repite una y otra vez que todo este feo asunto no ha sido culpa mía, pero no puedo evitar pensar que sí lo ha sido, por haberlo permitido durante tanto tiempo. E inexplicablemente, cuantos más días transcurren desde que todo "acabó", más pesa ese sentimiento de culpa en mi ánimo. Es más, si me paro a pensar a fondo sobre ello, es posible que el insomnio agravado de las últimas semanas se deba a ello. Siempre he dormido fatal, pero hasta ahora no había tenido que recurrir a las pastillas durante tantos días seguidos. Éstas son "naturales", pero me preocupa el ser incapaz de dormir más de dos horas seguidas, incluso con ellas, tal y como me está sucediendo y compruebo noche tras noche, mientras miro el reloj desesperada una y otra vez. Y voy más allá, creo que en parte me he comprado esos nuevos auriculares por evitar el encontronazo con el cabrón que ha propiciado mi actual estado ¿de nervios? (ni siquiera sé cómo calificar mi estado).

Y me dejo de divagar. Si estoy aquí, es porque necesito desahogarme un poco, porque ya no sé qué hacer. Quiero pasar página, pero cada vez que creo haberlo conseguido alguien saca el tema a colación, como me ha pasado hoy, y revivo una y mil veces todos esos momentos que quiero borrar de mi memoria, y me hundo un poco más en el fango. Soy de esa clase de personas que se lo guardan todo, hasta que explotan de la peor de las maneras o que acaba hundida y cerrada en sí misma hasta límites insospechados. Y creo que esto se me escapa de las manos.

El tema es que durante meses —no puedo concretar una fecha, aunque rememorando momentos, creo que fácilmente podría ser más de un año—, un usuario del polideportivo municipal en que trabajo, llevaba haciéndome comentarios salidos de tono. Al principio, como una auténtica gilipollas, me los tomaba como una "galantería" y hasta me reía. Después de un tiempo empecé a sentir asco, sobre todo de mí misma, por consentirlo y por la imposibilidad de pararle los pies. De buena gana le hubiera insultado o mandado a la mierda, pero el miedo a perder mi puesto de trabajo me frenaba. Él, por su parte, siempre aprovechaba a lanzar sus insinuaciones, cada vez más descaradas, cuando me veía sola en el pasillo o en el mostrador. Y yo me debatía entre contarlo (ni idea de a quién acudir, la verdad) y la vergüenza y el miedo a que nadie me creyese. Al fin y al cabo, no había pruebas de nada, y hubiera sido mi palabra contra la suya.

El caso es que hace unas semanas, ya harta de aguantar, le dije que parase ya con sus comentarios, y que se había pasado de la raya con creces, desde hacía tiempo. Aparentemente eso le hizo cambiar de actitud conmigo, pues cesaron los comentarios.

Pero en realidad, se trataba de una especie de cambio de estrategia, según he comprendido después, porque a raíz de aquello, ya no usó ese lenguaje. En lugar de eso, empezó a buscar la  manera de coincidir conmigo en el edificio con cualquier excusa y pretexto, y tratar de acercarse. Es más, en una ocasión, cuando yo me incorporaba a mi jornada laboral, me siguió hasta el vestuario de personal, contándome no sé qué batallas sobre el deplorable estado de una de las pistas de squash de nuestra instalación —no lo he mencionado, pero este hombre ha sido usuario asiduo del squash en nuestro recinto durante años―, y sí esas pistas se encuentran muy cerca de nuestros vestuarios. Y razón no le falta, en cierto modo, sobre el estado de la pared frontal en una de ellas, pero hasta ese instante nunca se había acercado tanto a mí. De hecho, incomodada y temiendo que entrase conmigo en el vestuario, tuve que cerrarle la puerta en las narices (literalmente). Ese día sentí miedo, pero como una gilipollas, también me sentí culpable por haber sido tan grosera con él. ¡Increíble!

Aun así, estoy convencida de que si una de las compañeras de limpieza no se llega a sincerar conmigo, el pasado día 26 de septiembre, por una situación que ella había vivido con ese hombre esa misma tarde, yo hubiera seguido callada. Por lo mismo por lo que (ahora lo entiendo) callan las mujeres maltratadas o acosadas en todo el planeta: la vergüenza y el miedo. Y eso que lo mío, no es comparable. A mí nadie me ha pegado, ni forzado (supongo que por eso en parte, otra vez regresa la culpa a mis entrañas).

Sea como sea, en cuanto ella empezó a contármelo, sin apenas darme detalles del individuo, yo la interrumpí haciéndola ver que sabía perfectamente de quién se trataba. Entonces abrí los ojos y comprendí que la situación no estaba ni mucho menos bajo control como yo pensaba, sino que se había desbordado totalmente.

Bajamos juntas al mostrador y contamos, a grandes rasgos, a un compañero lo que nos estaba sucediendo con ese malnacido (aunque seguro que su madre no tiene culpa de nada, pero es lo que me sale llamarle en este momento). Al escucharnos mi compañero nos dijo que lo acertado era hablarlo con la coordinadora del centro. Y fuimos los tres al despacho a referírselo. Nos escuchó, y nos creyó. Y esto es lo que más valoro por encima de todo: tanto mi compañero de control como la propia coordinadora lo creyeron desde el principio y no nos juzgaron ni a mi compañera de limpieza ni a mí. Puede parecer una obviedad, pero en mi cerrazón mi mayor miedo hasta entonces había sido, ya no tanto la vergüenza de dar el paso de contarlo, sino el que una vez hecho nadie me creyese. 

Y de verdad que lo pienso ahora y no lo entiendo ni yo: ¿qué hostias me pasaba con ese impresentable para no haber sabido plantarle cara antes?, ¿y qué hostias me pasa ahora para sentirme culpable y sucia? Yo no he hecho nada, ni he alentado ese comportamiento. ¿Y por qué, una vez que supe que desde oficinas centrales le han sancionado durante cinco años yo sigo sintiéndome mal?

Tampoco comprendo porqué una vez conocida la sanción, yo me bloquease como lo hice, cuando el sábado siguiente de que gerencia tomase esas medidas con este tipejo, y él llamara al polideportivo, con tan mala suerte de que yo atendiese la llamada, y él me llamase por mi nombre, y  comenzara, sin más ni más, a contarme su particular visión de lo sucedido, trivializándolo todo y etiquetándolo de "chascarrillos", y que alguien le había hecho la cama, sin señalarme a mí como responsable. También llegó a decir, incluso, que nunca me había tocado ("sólo faltaba", fue el pensamiento fugaz que se me pasó por la cabeza). El caso es que, inexplicablemente, yo me bloqueé, y como una absoluta idiota respondí a su pregunta sobre cómo darse de baja, que para gestionarla se tendría que acercar a un centro polideportivo. Por supuesto, le faltó tiempo para decir que se acercaría al nuestro a lo largo de la mañana. Y, yo petrificada totalmente, no supe decirle que fuera a otro.

Juro que, hasta que no colgué, no caí en la cuenta de lo paradójico de la situación: "acosador" y "acosada" ―lo entrecomillo, porque tampoco sé si estos serían los verdaderos términos para lo que he vivido y no quisiera ofender a nadie que haya pasado por ese calvario— íbamos a estar de nuevo frente a frente para que él pudiera darse de baja.

Entonces me vine abajo y me puse nerviosa como pocas veces en mi vida. Acabé buscando tareas lejos del mostrador para tratar de no pensar en el susodicho, pero me derrumbé y acabé llorando frente a las pistas de tenis, menos mal que apenas había gente por allí y nadie me vio. Llamé por el walkie a mi compañero (un chico nuevo que se comportó como un bendito conmigo) y le pedí, por favor que llamase a aquel tiparraco instándole a que acudiera al centro más cercano al nuestro para esa gestión. Sólo me acerqué a la zona del mostrador transcurridos unos minutos, cuando creí que me había calmado un poco, pero me recuperaba y al poco volvía a llorar. No sé cuánto pude estar así. Busqué una y mil tareas: como subir la red de la pista de tenis de hierba, revisar taquillas... incapaz de parar de llorar. Por fortuna, el "hp" no se personó en nuestro centro, y acudió al de Deusto, el más próximo al nuestro. Pero yo estuve toda la mañana intranquila, temiendo que en cualquier momento entrase por la puerta.

Mi paranoia llegó a tal punto que, al terminar mi jornada, en lugar de salir por la puerta principal salí por la trasera y anduve hasta la siguiente parada de metro, para no cogerlo en la que lo hago habitualmente, por si el cabronazo aparecía.

Por favor, si llegáis a pasar por algo aunque remotamente similar: ¡Contadlo y pedid ayuda, y sobre todo no aguantéis tanto tiempo! Yo he tenido la gran suerte de verme apoyada desde el primer instante en que lo conté. Algo que no me esperaba en absoluto. No he presentado denuncia en comisaría alguna, porque me parece excesivo, dado que esa situación sólo se producía en mi centro de trabajo, y con la sanción y su posterior baja, tengo garantizado que este individuo no va a volver a molestarme allí jamás.  Aunque confieso también que durante los primeros días, después de conocer qué se había decidido respecto a él, vivía estresada por si me lo encontraba en los alrededores del polideportivo. Por suerte, esa etapa de miedo a cruzármelo por allí ha desaparecido.

Por contra, aunque hasta ayer estaba convencida de estar en el buen camino de pasar página, cuando mi compañero me ha preguntado sobre el tema, he vuelto a revivir toda esta bazofia. Y me vuelvo a sentir sucia otra vez. Y sigo sin comprender por qué tengo esa sensación. Tendríais que haber visto con qué saña me he frotado con la esponja cuando me estaba duchando al terminar mi turno.

Y en fin, lo que quiero deciros destripando algo tan íntimo como esto es que pidáis ayuda, que no dejéis pasar ni un día. Seguro que alguien os apoya desde el principio y os respalda. ¡Sed valientes y quitaos del pensamiento la culpabilidad!

Ahora sólo quiero centrarme en las vacaciones que mañana comienzo. Quiero pensar que estar en el pueblo me traerá un poco de paz. Y sé que las palabras me van a ayudar a salir de este bache. Siempre me han rescatado. Y creo que no han podido volver en mejor momento a mi vida.